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Opinión

El buen alcalde

Ahora recuerdan los vecinos cómo llegó el alumbrado, el agua potable o el campo de fútbol sala en el que ya nadie juega

Martes, 24 de septiembre 2024, 06:00

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En esta provincia de banderías, resulta un milagro encontrarse a tipos como Ángel Escribano, el alcalde de Valdunciel, una pequeña localidad de La Armuña que lleva años oscilando entre los cien habitantes empadronados, la mayoría sin residir allí.

El sábado pasado, su amigo Santiago Castañeda, a la sazón diputado provincial y primer edil también de Castellanos de Moriscos, lo montó en su coche rumbo al Palacio de Congresos, donde se iba a celebrar el Día de la Provincia, como todos los 21 de septiembre. No tenía ni idea de lo que le esperaba. En un momento de su tradicional discurso, el presidente de la Diputación, Javier Iglesias, le dio la sorpresa de su vida al agradecerle en público sus 45 años al frente del municipio. Imagínense el atronador aplauso que se escuchó en el auditorio, de esos que te ponen los pelos como escarpias.

Es decir, Ángel es el único regidor de la provincia que lleva al frente de su pueblo durante toda la Democracia. Que se dice pronto. Y no ha ganado por la mínima, no. Desde 1979, cuando se presentó bajo las siglas de la UCD, hasta el año pasado, ya bajo el paraguas del Partido Popular, ha vencido en las doce elecciones municipales que se han celebrado hasta ahora, consiguiendo todos los concejales que había en juego en el Ayuntamiento. Normalmente, cinco. Y siempre ha habido alguna candidatura enfrente que, a tenor de los resultados y con el paso de los años, demostraba más moral que el Alcoyano.

Decía Ángel, repuesto ya de la emoción al terminar el acto, que «cuarenta y cinco años dan para cambiar un pueblo entero». Y no le falta razón. Como muchas otras poblaciones de la provincia, los habitantes de Valdunciel se dedican a la agricultura y la ganadería. Los que están en activo, claro. La mayoría son pensionistas que vivieron del campo y ahora recuerdan cómo llegó el alumbrado, el agua potable, el asfaltado de las calles, un par de bancos para sentarse cedidos por una entidad bancaria ya desaparecida, la báscula o el campo de fútbol sala en el que ya nadie juega porque no salen dos equipos. Evocan también la época en la que se podía ir a Salamanca en tren porque tenían una pequeña estación que quedó abandonada en 1985 cuando el PSOE desmanteló la línea férrea de la Vía de la Plata. Como recuerdo quedó un puente bajo el que pasaba la carretera que daba acceso al municipio y que, por su escasa altura, impedía que los camiones llegaran al pueblo desde la Nacional 630 y después desde la autovía. Tuvieron que pasar treinta largos años para que, gracias a una ayuda de la Diputación, se derribara ese viaducto sobre el que ya no circulaba ningún ferrocarril. Se satisfacía así una larga reivindicación de los vecinos para que pudieran llegar con facilidad a sus fincas cerealistas y ganaderas vehículos pesados sin dar un enorme rodeo.

La labor de estos 45 años es lo que se denomina hacer microgestión. No esperen que Ángel Escribano les describa las grandes líneas de cambio que necesita la provincia de Salamanca. Si este hombre continúa rigiendo los destinos de Valdunciel es porque se ha preocupado de esas pequeñas cosas que hacen funcionar a un pueblo. Y sus vecinos se lo han agradecido en forma de votos cada cuatro años. Se supone que habrán encontrado en su figura la dedicación, el trabajo callado y la ilusión necesaria para continuar dando vida al municipio.

En un mundo violento, deshumanizado, individualista, intencionalmente polarizado, en el que tanta gente se mueve solo por motivos espurios, hacen falta más que nunca personajes como Ángel Escribano, un Alcalde con mayúsculas.

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