Secciones
Destacamos
El penúltimo gesto de soberbia, altanería, arrogancia, altivez, vanidad y, en definitiva, de desprecio al candidato a la Presidencia del Gobierno designado por el rey y a lo que representa el Parlamento español lo tuvo ayer Sánchez. Mandó al diputado que mejor encarna lo más ... rastrero y ruin de la política, al exalcalde de Valladolid, Óscar Puente, a dar la réplica al aspirante a la investidura.
Por cierto, Puente habló ayer de sobresueldos, pero debe aclararnos si él mismo cobra, por supuesto legalmente, del Congreso de los Diputados y del Ayuntamiento de Valladolid. El asunto es totalmente legal, pero es demagógico reprochar sobresueldos o, incluso mucho peor, levantar sospechas de fraude sobre el líder del PP por percibir remuneraciones como parlamentario y como presidente del partido. Mientras lo declare a Hacienda no hay nada fraudulento, como sí lo hubo con los ERE y las ayudas arbitrarias a empresas con cargo a las arcas de Andalucía, donde se desfalcaron 1.000 millones de euros y fueron condenados varios líderes socialistas y sindicalistas.
Sánchez había relegado a Puente en 2021 y le había invitado a dejar la portavocía de la Ejecutiva Federal del PSOE, puesto en el que pasó sin pena ni gloria. De hecho, ayer, cuando lanzó a su «dóberman» particular a la tribuna de oradores del Congreso, muchos se preguntaban quién era. No defraudó ni en el tono ni en las formas.
Tuvo palabras gruesas y salidas de tono hasta con sus propios compañeros de partido que discrepan de la barbaridad que quiere cometer Pedro Sánchez por mantenerse en el poder. «No pierdan el tiempo buscando traidores para pasearlos por tertulias. Ninguno es ya representativo de este PSOE», dijo en referencia a González, Guerra, Redondo Terreros o el exalcalde Paco Vázquez.
No hay polémica que no haya tocado ni charco en el que no se haya metido. Perdió las elecciones en 2015, pero consiguió gobernar con el apoyo de los comunistas, bajo la marca blanca de Podemos, Ganemos o lo que sea, que deben ser mejores que los de Vox. Ha polemizado con políticos o artistas, traspasando muchas veces el límite de la buena educación y el respeto institucional. Pero también le han salpicado otros escándalos personales, como las vacaciones lujosas en yates y grandes hoteles en compañía de empresarios beneficiados por algún concurso público cuando él era alcalde.
Creo que Sánchez se equivocó. Quiso dar un golpe de efecto lanzando a su diputado más mezquino y grosero contra Feijóo o, como diría Pablo Iglesias, sacó al macarra a pasearse por el hemiciclo y se volvió contra él.
Me dio pena ver ayer al diputado salmantino David Serrada aplaudir a rabiar al bocazas de Óscar Puente. La política no puede tener ese tono barriobajero y mucho menos aplaudir a los que actúan como «hooligan».
Mi lectura es que Sánchez no solo pretendió ningunear a Feijóo, sino que quiso utilizar la vieja táctica del «no hay mejor defensa que un buen ataque» para evitar tener que responder a preguntas tan incómodas como los supuestos pactos que tiene con los golpistas para aprobar una ley de amnistía que beneficie a los encausados por el referéndum del 1 de octubre, especialmente al delincuente fugado Carlos Puigdemont.
El presidente en funciones se presentó ayer con aires chulescos. Se encogió de hombros con prepotencia y altanería de dictadorzuelo cuando Feijóo, que estuvo en papel de candidato conciliador, le reprochó haberse negado a intervenir en un debate de investidura. A Sánchez solo le faltó algún gesto obsceno al estilo de su amigo Rubiales.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.