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La hija de la UCI me ha hecho reconciliarme con la Sanidad. El excelente reportaje humano publicado el domingo en LA GACETA y firmado por mi compañero Javier Hernández pone de manifiesto no solo la profesionalidad de los trabajadores de cuidados intensivos, sino la calidad humana de quienes se dedican a cuidar de nuestra salud.
El caso de la niña abandonada y «criada» prácticamente entre las cuatro paredes de la UCI por todos los que trabajan en una de las unidades más complejas y difíciles del hospital de Salamanca ha sido objeto de atención de todos los medios nacionales y es que lo extraordinario llama la atención. No es habitual, gracias a Dios, abandonar a un hijo por muchos problemas con los que haya nacido y otros muchos más a los que se tengan que enfrentar en el día a día de un niño con una enfermedad crónica para la que no hay cura, aunque afortunadamente y gracias a los cuidados llenos de sabiduría y ternura de los profesionales la situación de esta cría se haya ido estabilizando. Pero tampoco es frecuente que los trabajadores de un hospital, que se han preparado para que los reveses de salud no les hagan derrumbarse a cada instante, la cuiden, la protejan, la mimen y le den el cariño como si fuera la niña de todos. Hasta el punto de sacarla de las cuatro paredes que la protegen para que no sufra un síndrome post-uci.
En Salamanca no hay organizaciones de voluntarios, como Mamás en Acción, que se encarguen de la atención de los niños hospitalizados que no tienen quien les cuide.
En este caso, que ha tocado el corazón de muchos ciudadanos, son los trabajadores los que ejercen de «mamás» hasta que la niña vaya a un hogar o a un centro de acogida. De momento, está tutelada por la Junta y será esta administración la que se encargue de buscar el «hogar» más adecuado cuando ya no precise de la atención sanitaria tan intensiva.
La hija de la UCI me ha hecho olvidar, en gran medida, la falta de sensibilidad de algunos trabajadores de las Urgencias hospitalarias. Me ha alejado de la deshumanización de ese gran edificio, que seguramente ha mejorada enormemente en el aspecto asistencial y de infraestructuras, pero ha empeorado en el aspecto humano. Los cirujanos, en muchas ocasiones, ni siquiera acuden personalmente a la planta baja donde esperan los familiares hasta que concluye una cirugía para informarles. La Covid impuso la información telefónica.
Por no hablar de las Urgencias donde, salvo excepciones, te conviertes en un simple número. Escasea la información y muchos profesionales miran para otro lado mientras el enfermo espera horas interminables en una camilla o una silla de ruedas en las peores condiciones posibles.
Todavía nadie me ha sabido o querido explicar cuál es la razón por la que un enfermo que tiene que ingresar y que cuenta con habitación en la planta, espera horas y horas en una sala de urgencias por un trámite administrativo o por un celador que tiene que empujar la camilla. Como inexplicable es que a una persona mayor la tengan sin comer y sin asear mientras espera interminablemente a que llegue una ambulancia.
Casi todos los que nos hemos visto obligados a hacer uso de este servicio hemos sufrido malas experiencias, que ensombrecen en gran medida el buen hacer de los buenos profesionales que trabajan en el complejo asistencial de Salamanca.
El magnífico reportaje de mi compañero Javier Hernández ha sacado a la luz la parte más triste y la más humana y nos ha hecho volver a creer que el Hospital no es solo un gran edificio, sino un lugar donde hay, a pesar del caparazón con el que trabajan los profesionales, un gran sentido de la humanidad que nos reconforta en los peores momentos de nuestra vida.
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