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O alguien pone un poco de sentido común a este sinsentido político o vamos camino del precipicio. Nunca habíamos visto un desprestigio tan extraordinario de todas las instituciones. Nunca habíamos visto aplaudir e impulsar el matonismo en el Congreso de los Diputados. Nunca habíamos visto tanta violencia física y verbal por parte de sus señorías, precisamente los que tienen que dar ejemplo porque están gracias a que los hemos elegido.
Empezó con Pablos Iglesias y con Pedro Sánchez ya es todo posible porque ha desembarcado con todos sus pandilleros. Para la investidura fallida de Feijóo mandó a un «desbocao» a desahogarse desde la tribuna como si fuera una taberna y estuviera discutiendo en la barra de fútbol. Ayer volvió a protagonizar otro altercado en el Ave Valladolid-Madrid, aunque es probable que el conflicto que mantuvo 45 minutos el tren parado lo protagonizara otro, el «bocachanclas» de Óscar Puente en lugar de apaciguar los ánimos, encendió la mecha.
El jueves, otro colega y compañero de baloncesto del presidente en funciones, se permitió el lujo de burlarse del alcalde de Madrid dándole tres cachetes en la cara. Y para terminar la semana, la presidenta del Congreso, la señora Armengol, puesta por Sánchez para hacer un guiño a los independentistas, anuló el voto de un radical catalán porque se había equivocado y había votado a favor de Feijóo.
La degeneración democrática comenzó con la irrupción de los comunistas de Podemos en la política española, pero ha llegado a estadios preocupantes con el actual presidente del Gobierno en funciones.
Antes de acabar con la separación de poderes que garantiza la buena salud democrática, se han permitido una serie de estupideces que han ido restando respecto y consideración a lo que representa el Parlamento como sede de la democracia y poco a poco y sin darnos cuenta estamos resquebrajando el sistema.
Pablo Iglesias, el fundador de Podemos, fue uno de los personajes que más daño ha hecho con su falta de decoro y respeto institucional. Aunque parezca una estupidez, ir vestido adecuadamente o tener en cuenta determinadas normas cívicas en una institución no son cuestiones baladíes. Supone un acto de consideración a lo que representa el Parlamento. Al poco tiempo de obtener escaño, en 2016, se dio un «pico», como diría otro impresentable, con el que era entonces compañero de partido Javier Doménech. Una provocación en toda regla. Después vino la rica de Podemos, Carolina Bescansa, que nos llevó a su bebé para amamantarlo en el hemiciclo, como si no fuera ella una privilegiada que dispusiera de lugares donde dar el pecho a la criatura o personas a su servicio que pudieran cuidar al niño mientras ella apretaba el botón en el Congreso.
Se han permitido todo tipo de vestimentas estrafalarias y camisetas con simbología de dudosa homologación democrática y de más que dudoso aseo y limpieza. El siniestro exministro de Universidades Manuel Castells apareció otro día en el Senado con una camiseta que rezaba 'Equal Rights' (derechos iguales).
Se acabaron los tiempos en los que un socialista como José Bono abroncaba a un compañero de partido, el ministro Miguel Sebastián, por no llevar corbata en una sesión de control.
¡Qué tiempos aquellos! Y todavía dice el «macarra» de Óscar Puente a Núñez Feijóo que aprenda algo del señor Sánchez. ¡No, por favor!, que ahora viene la investidura de Pedro y nos esperan tiempos de más mentiras, más desprestigio, más entrega a golpistas y proetarras y menos democracia.
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