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Todo el mundo se ha centrado en el beso, consentido o no, del cazurro de Luis Rubiales a la jugadora de la Selección Española Jennifer Hermoso. Los que entienden de fútbol aseguraban a principios de semana que no dimitiría, que es un «hombre» con mucho poder, muchos tentáculos, que se sabe mover bastante bien por las cloacas y como consecuencia camina por la vida con más sombras que luces, a pesar de que esté deslumbrado por la fama que le dan los focos.
Yo, sin embargo, sin conocer a este siniestro personaje, claro ejemplo de lo que no deben ser los valores del deporte, me inclinaba por pensar que no aguantaría la presión tan potente en un asunto tan sensible como es un presunto abuso, con el agravante de actuar desde una posición de superioridad con la chica. ¡Ingenua de mí! Este indocumentado se debe de haber empapado el manual de resistencia de Pedro Sánchez, vamos que lo tiene como libro de cabecera y ayer, cuando todo el mundo había asegurado el día anterior que se iba, dijo: «No voy a dimitir, no voy a dimitir, no voy a dimitir, no voy a dimitir, no voy a dimitir», cinco veces lo reiteró el idiota este. Espero que, si no quiere por las buenas, «le dimitan» por las malas, es decir que le echen, que es a lo mejor lo que está buscando.
Creo que Rubiales se la jugó ayer a todos los medios de comunicación, que aseguraron que presentaría su renuncia en la asamblea de la Federación Española de Fútbol. Él o su entorno trasladaron algo que no era verdad. Los escándalos en los que ha estado o está implicado no habían podido con él, como para bajarse de su «machito» por un «triste piquito», como dijo ayer el muy hortera en la rueda de prensa posterior a la reunión.
La verdad es que los que no somos aficionados al fútbol por desgracia hemos podido conocer por un beso robado a este personaje de la crónica negra. Al principio me recordó bastante a Pablo Iglesias cuando besó a su colega Javier Domenech en el Congreso de los Diputados, como si fuera un circo romano. Lo suyo fue puro teatro, como casi todo lo que tiene como protagonista al macho alfa de Podemos y fue consentido, seguramente premeditado, para conseguir que todos los focos y los titulares se fijaran en él. Por cierto, más le valdría a la madre de sus vástagos y ministra de Igualdad en funciones ser más discreta en este tipo de asuntos, porque algunos de los personajes más machistas que yo he conocido están en las filas de Podemos, empezando por su compañero sentimental Pablos Iglesias, que se burlaba de las periodistas -mujeres- en las ruedas de prensa o Pablo Echenique, que cantaba: «Chúpame la minga, Dominga» y luego quiere prohibir letras de canciones de hace años porque las considera -los jueces de la verdad absoluta- machistas.
A mí que se dé un pico el macho alfa del fútbol me da igual, siempre y cuando la otra parte esté de acuerdo, que está por ver. Lo que me molesta es que se toque los genitales porque es un gesto obsceno, grosero, propio de un cerdo, de un impresentable que exhibe como un primate su masculinidad.
Me sorprende que su familia no le diga que se retire para que deje de ponerla en evidencia, porque a mí me daría vergüenza tener relación con un zafio como el tal Rubiales.
No me gustan los hombres que se tocan los testículos. No me fío de ellos y considero que se exhiben para ocultar sus carencias, como ocurre con los exhibicionistas. Rubiales tiene que dimitir porque se ha puesto en evidencia y todos hemos podido ver que actúan como un auténtico cerdo, y encima delante de la reina y de la infanta, o sea un maleducado que no representa a nadie.
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