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La tragedia de Valencia pone a la clase política española frente al espejo de su naturaleza. La tragedia es una prueba de fuego para ver de qué pasta está hecho cada uno: el arrojo, la valentía, la solvencia y la eficacia, pero también la cobardía, la incompetencia, la torpeza y la ignorancia de unos y otros.
La gestión de las consecuencias de las inundaciones nos devuelve también el debate sobre la preparación y el nivel profesional y humano de nuestros dirigentes. En los primeros años de la democracia los diputados, los ministros o los consejeros autonómicos presentaban un currículo de altura. Contábamos entonces con catedráticos, licenciados y profesionales reconocidos en las áreas sobre las que iban a tomar decisiones, pero de unos años a esta parte, coincidiendo con la llegada al Gobierno de la nación del mostrenco Zapatero y sus jóvenes sobradamente ignorantes, nos hemos acostumbrado a que personas sin la mínima preparación sean nombradas para puestos de alta responsabilidad en los ministerios y en las autonomías. Y así nos va.
Se puede pasar de cajera a ministra gracias a un marido bien colocado y luego se elaboran leyes disparatadas. Se puede llegar a presidente del Gobierno con una tesis 'fake' y una moción de censura más 'fake' todavía y nadie se escandaliza, o si se escandaliza alguien, da igual.
En Valencia han descubierto ahora que tienen una consejera de Interior, Salomé Pradas, que no entera de la misa la media. Es abogada pero no da el nivel exigible a quien ha de estar al frente del operativo de emergencias ante casos como el de la DANA. Ella misma ha reconocido que no conocía el sistema de aviso a teléfonos móviles que funcionó con retraso el martes de las inundaciones. Y eso a pesar de que la Generalidad valenciana había presentado el sistema (Es-alert) hace dos años.
Nosotros, aquí en Castilla y León, tenemos una directora de la Agencia de Protección Civil y Emergencias, Irene Cortés, licenciada en Ciencias Políticas con un máster en Prevención de Riesgos Laborales y que, a juzgar por los conocimientos exhibidos en la entrevista publicada ayer en este periódico, parece bastante más preparada que las autoridades valencianas. En un puesto de esa responsabilidad debe figurar alguien con las ideas claras, con buenos reflejos y con nervios de acero. Cortés parece de ese tipo de personas, pero, en todo caso, mejor no comprobarlo en situaciones extremas como la vivida en Valencia.
Pese a la falta de capacidad de Pradas, creo que la mayor responsabilidad de la consejera y en última instancia del presidente valenciano, Carlos Mazón, está en su soberbia, en su empecinamiento por intentar hacer frente a una tragedia de dimensiones colosales que les sobrepasó desde el primer momento.
Desde que se conocieron los desbordamientos y las inundaciones en la tarde de martes, Mazón y Pradas debieron exigir la intervención del Gobierno, de la UME, del Ejército, de las fuerzas y cuerpos de seguridad y de todo el aparato del Estado. Igualmente, el Gobierno sanchista debió no solo ofrecer su ayuda, sino intervenir para salvar vidas desde el minuto uno, sin esperar a peticiones ni permisos. No puede ser que el jefe de la UME diga que estuvieron esperando la 'venia' de la Generalidad para socorrer a quienes se estaban ahogando.
Hubo mucho de orgullo en la Generalidad y mucho de estrategia política y cálculo electoral en el Gobierno de Sánchez. Si a esto le unimos la falta de competencia, el resultado de esa alegría a la hora de nombrar a amigos, camaradas fieles y contrastados pelotas para puestos de gran relevancia en la gestión, el cóctel maldito estaba servido.
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