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Para darnos cuenta del nivel de degradación de la democracia en España basta con escuchar a Víctor de Aldama, el corruptor confeso del «caso Ábalos» que está poniendo contra el paredón a medio Gobierno sanchista y que teme por su vida, como si estuviéramos en el Chicago de los años treinta. «Me siento indefenso. Cualquier cosa que me pudiera pasar a mí o mi familia, podría apuntar al Gobierno del presidente, es obvio y está claro». Y no lo dice a humo de pajas: hace un par de meses alguien disparó tres veces contra su coche cuando estaba aparcado en pleno centro de Madrid.
¿Cabe pensar que Pedro Sánchez o alguien de su entorno pudiera ordenar pegarle cuatro tiros a Aldama y tirar su cadáver el Manzanares con los pies metidos en una peana de cemento? Eso no lo hemos visto todavía en la España democrática, pero en estos tiempos aciagos, desde que el del Falcon llegó al poder, estamos viendo cosas que nunca pensamos que veríamos.
Ya tuvimos un gobierno socialista que organizó secuestros y asesinados. Las víctimas eran etarras, es cierto, pero son antecedentes. A eso se añade que, según todos los indicios, Sánchez y sus acólitos han ordenado a la Fiscalía General del Estado filtrar datos de un particular para «matar» políticamente a Isabel Díaz Ayuso.
Y hay más ejemplos del aprecio del sanchismo por la extorsión: este Gobierno puso hace un par de meses el consulado de España en Caracas al servicio del dictador Maduro para una encerrona-secuestro al verdadero ganador de las elecciones en Venezuela, Edmundo González, al que nuestro expresidente Rodríguez Zapatero, esbirro del sátrapa, empaquetó con destino a España.
Sánchez es un tipo de cuidado. Así lo ha entendido Juan Lobato, que ha preferido irse a casa antes que enfrentarse con el «puto amo». Al líder de los socialistas madrileños le intentaron obligar a cometer un delito (usar información ilegalmente filtrada por la Fiscalía, por el PSOE o por Moncloa, o por los tres a la vez) y no solo se negó, sino que quiso documentarlo ante el juez. Ahí cavó su tumba, y antes de que el aparato sanchista le dé el empujón hacia la fosa, ha preferido hacer mutis por el foro. Por cierto, el secretario general de los socialistas castellanos y leoneses, Luis Tudanca, demostró ayer su don de la oportunidad al mostrar su apoyo a Lobato, al que considera un dirigente «necesario» dentro del partido. Justo en el día en que el tan necesario Lobato presentaba su dimisión. Eso sí, pese a su falta de puntería, Tudanca tiene una oportunidad de salvarse de la quema y continuar como secretario regional en vista de que Sánchez y sus capataces en el PSOE (Santos Cerdán y Óscar López, dos tipos a la espera de orden judicial) bastante tienen con lo suyo como para preocuparse de lo que ocurre en una federación intrascendente como la de Castilla y León.
Lo de Lobato no es un caso aislado. Recordemos la persecución inmisericorde a la que ha sido sometido el coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos por negarse a darle información de una investigación bajo secreto del sumario sobre la gestión de la pandemia, desde la destitución a la negativa a cumplir las sentencias favorables al mando de la Benemérita.
Con este Gobierno, si no te saltas la ley, eres masacrado laboral, social y mediáticamente. Ni los mandos de la Guardia Civil, ni los jueces, ni mucho menos los más significados militantes del PSOE o los parientes de los dirigentes del PP están a salvo de los ataques del comando sanchista.
No son balas del calibre 9 milímetros, sino pelotas de fango las que están poniendo en peligro la democracia en España.
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