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Ayer lunes, nuestra Universidad investía doctor honoris causa al gran Caetano Veloso, una idea presentada por el Departamento de Filología Moderna, con la adhesión del Centro de Estudios Brasileños defendida en el Claustro de Doctores por el Catedrático de Filología Gallega y Portuguesa Pedro Sierra. Una bendita idea que la primera vez que la leímos allá por el mes de abril del pasado año, parecía tan insólita que hubimos de leerla varias veces y hasta pellizcarnos para corroborar que fuera real y no un simple sueño en el duermevela de cualquier fan, como pudiera ser un servidor

Reconozcámoslo: por más que hayan nacido artistas, compositores y cantantes tan absolutamente extraordinarios como Caetano, una canción resulta pertenecer a un género tan aparentemente sencillo, cotidiano y popular que siempre se le ha mirado de reojo, con prejuicios y menosprecio. Recuerden aquel furibundo alboroto de ciertos académicos y literatos exquisitos ante la concesión del Nobel a Dylan. Qué sacrilegio. Pareciera que algo tan elemental y asequible como prender la radio, entrar en un pub con música de fondo o escuchar como alguien canta «Você é linda» mientras tiende la ropa en la terraza, incluso aunque nos emocione hasta las lágrimas, no pudiera tener la misma categoría de otras artes, músicas y literaturas más elitistas, cultas e ilustres que requieren para su disfrute de tiempo, estudios y una refinadísima sensibilidad.

A Caetano que lo tuvimos por aquí, en otros tiempos más generosos en propuestas musicales de calidad en la ciudad, abrazado a una simple guitarra de palo y llenando de magia y color una noche inolvidable bajo una carpa instalada en Las Adoratrices, le debemos uno de los cancioneros más ricos, coloristas, atrevidos y revolucionarios. Es una prodigiosa fuente inagotable de canciones deslumbrantes e imperecederas de las que beben sin disimulo docenas de discípulos de Drexler a C.Tangana.

Tomando el testigo intimista de Joao Gilberto, formando piña con talentos tan inquietos y meticulosos como Gilberto, Djavan o Buarque, tan atendo a la tradición de las viejas trovas como a la vanguardia más audaces, al pop internacional más sofisticado como a la sencillez de un bolero hispanoamericano ahí sigue su cátedra pura y vivísima.

Celebremos su presencia en Salamanca y ojalá que en próximas ocasiones alguien se acuerde (pudiera ser dentro de esa cruzada de Salamanca capital del castellano) de compañeros tan grandes y fundamentales como Serrat, Víctor, Silvio o Sabina. Y no. No hay arte más universal, directo y emocional que una hermosa canción.

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