Secciones
Destacamos
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
Al mundo, quiero decir la civilización occidental, se le ha ido la cabeza, pero completamente, y el enemigo, que tiene nombre y apellidos, vive hoy en un teléfono móvil global de más de mil euros. Aunque allá por el fin de los años 90 no podíamos intuir tanto destrozo —aún no había aparecido «Facebook»—, ese vil enemigo llamado Internet y sus malditas redes sociales (todo de red, nada de social), ha colonizado nuestras vidas como el «Alien» de Ridley Scott, y el irreversible daño que causa ha enterrado sin miramientos sus muchos beneficios. Internet no compensa, pues ha llenado las calles de «muertos andantes» abducidos por una cascada infinita de datos, confusión y tonterías. La pandemia era esto, un virus indetectable que ha noqueado las entendederas, el buen gusto y las verdaderas relaciones sociales.
Y peroratas y diatribas a un lado, aquí estamos, en un mundo que muchos no reconocemos y al que, como prisioneros de esta realidad, no podemos hacerle frente. La verdadera guerra se libra hoy en un mar digital de estupidez, parafraseando de nuevo el título del célebre artículo de Nicholas Carr, «¿Google nos está haciendo estúpidos?» (publicado en la revista «The Atlantic» en el ya lejano 2008). Porque lo cierto es que Internet ha sometido a Occidente a un vasallaje peligroso, en el que toda respuesta es gregaria y explosiva, ya sean los movimientos «Me Too», «Black Lives Matter», o el consumismo salvaje del comercio digital. Sólo falta «Robocop» en la película en la que nos han metido de figurantes y sin posibilidad de escapar de «la pantalla».
Y dado que los jóvenes, los llamados nativos digitales, son especialmente propensos a las consignas del «e-dios», asistimos a un estado permanente de revolución liquida con una proclama común que da miedo: «sígueme». Y el medioambiente y la izquierda utópica son las dos puntas de lanza para cambiar el mundo, para sustituir un presente que funciona(ba), por un futuro incierto; para cambiar una democracia vigorosa, por otra que da voz a quien no tiene nada que decir bajo el gran engaño de la libertad de expresión. Y aquí estamos, tirando pintura rosa contra un cuadro de Van Gogh para denunciar no-sé-qué coliflor transgénica, o ahora clamando con odio y violencia contra el turismo, todo sea por pasar una tarde entretenidos: sólo ellos podrán habitar el mundo, podrán ser turistas sin serlo, burgueses en patinete, carnívoros de «National Geographic» y propagadores de un CO2 sostenible. Las tinieblas pintadas de verde, el nuevo e-paraíso.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.