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El único síntoma de «normalidad» con el que me he cruzado en los últimos días ha sido un amigo que se ha recorrido 600 kilometrazos, seiscientos, sólo para ver «Corazonada», una película de Coppola del año 81, en un viejo cine de «arte y ensayo» en el que ahora he visto que andan con un ciclo de Ingmar Bergman. Así están, estamos, los exiliados, aunque más allá del exilio, en realidad somos arqueólogos de un mundo no tan lejano.

Y me pregunto -desde hace tiempo me lo pregunto- si no seré un «viejo» mirando al horizonte del pasado, incapaz de traducir el presente. Podría, pero no lo soy. Berlín Este (y Oeste) no está tan lejos. Ni un «Uno Turbo» rasgando la Línea Maginot. Ni Polonía, ni Gdansk, ni Juan Pablo II lo están. Aún siento mis pasos en la noche del Moscú de Gorbachov con mi amigo José María Rozas, él siempre prudente como buen abogado, y yo cagándome en los muertos de la Revolución (pppsssttt, que te van a oír). Supongo que Karol G nada tiene que ver con la libertad de los pueblos mientras anima a las masas a atizarse una botella de «Moët» con el último amante de discoteca, como un juez Pedraz cualquiera en la portada del «Hola». Pablo Escobar estaría orgulloso: no es vicio, es diversión: «con ese jeancito, cómo te ves de culona». Y lo mejoran: «no te voy a mentir, no paro de imaginarme tu culo en tanga». Y cientos de miles corean, imagino que la Belarra y la Montero en el coro de este feminismo machista-asqueroso que se lleva. Sólo faltan «El Fary», su hombre blandengue y la «choni» de Rosalía. El Bernabéu aúlla. Muera el amor. Perreo lo llaman, o algo así. Los «Sex Pistols» o «Las Vulpes» eran un compendio de Elena Francis y James Joyce al lado de estas baladas para «ninis». Mientras escribo escucho la versión de «Walk On By», de Rumer , y me veo como un corruptor de menores o un palurdo de secano. Cero perreo. «Me sentía como Betty y ahora estoy pretty». Hay que joderse, Karol, pero mucho.

… Seiscientos kilometrazos para ver «Corazonada», del Excelentísimo Señor Don Francis Ford Coppola. Y nadie nos conoce. Nadie sabe nada, ni dónde estamos. La libertad absoluta para unos pocos elegidos (aún). Casi cincuenta años después en busca de «Corazonada». Raúl Juliá, tan jovencito. Todos tan jovencitos. Hasta conocimos el viejo «Stardust». Y así seguimos, creo-quiero imaginar, como un reencuentro final entre Barbra Streisand y Robert Redford. Aquí sí, ¡viva del amor!

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