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Antes de contarles quién es el chico de la ITV, David, les pondré en antecedentes, que tienen que ver con mi vida pero que son comunes a todos, con la manera que tenemos de percibir el mundo y de ser parte de él. Digamos que desde hace unos años tengo problemas para interactuar con la sociedad, para ser parte natural y activa de ella, hasta el punto de que me muevo de una manera casi profiláctica, como un «niño burbuja», procurando hacer el menor ruido para no desestabilizar las moléculas de tanto imbécil, de tanto ofendidito, de tanto triste como anda suelto y sin diagnosticar. Lo confieso, ando por ahí con miedo: si le sujeto la puerta a una mujer para cederle el paso, me estresa que le vaya a parecer mal: si no se la sujeto, también me estresa; si piso a alguien, me asusta su mirada de pocos amigos, sus ojos acusadores de «gilipollas, ¿es que no ves por dónde vas?» Andar por la vida es un deporte de riesgo salvo que seas como ellos, inmune a la educación, a la cortesía, al placer de vivir en sociedad. El otro día, sin ir más lejos, choqué con una mujer en el pasillo de un supermercado y los dos casi al unísono nos pedimos perdón con una leve sonrisa, que es lo normal, aunque hoy sea extraordinario.

Hecho el preámbulo, les cuento sobre David. Una vez, viniendo de Portugal, y dado que tenía la ITV caducada, me dio por entrar en la estación de Ciudad Rodrigo, que está junto a la autovía, pensando que quizá me atendieran sin cita previa, como así fue. ¡Qué delicia, no me llevé un no por respuesta! Me trataron de maravilla desde la recepción, profesionales, amables, eficaces, rápidos. Salí encantado y desde entonces voy allí a pasar la ITV, pues además cualquier excusa es buena para visitar Miróbriga y comer unos «talentos», unos sesitos, en esa gloria de Plaza Mayor.

La última revisión no la pasé por un problema con los gases, a pesar de que el técnico que me atendió hizo lo imposible porque diera los niveles correctos. Recuerdo que casi me pidió perdón por no poder darme el «aprobado». Pues bien, cuando regresé con los deberes hechos en mi viejo «Golf», me atendió un jovencísimo profesional: les presento a David. Le pregunté que cuánto llevaba allí trabajando y me dijo que estaba desplazado por unos días desde la ITV de Castellanos para cubrir una baja de un compañero. Increíble: educadísimo, desenvuelto, tratándome de usted con una naturalidad y un saber estar impropios de estos tiempos, pues no hay cosa que más me guste que me den esperanza, como por ejemplo en los jóvenes y en las personas que aún se preocupan por hacer bien su trabajo, tanto por responsabilidad como por satisfacción personal. A David se le veía feliz con lo que estaba haciendo. Salí una vez más encantado de la ITV de Ciudad Rodrigo: mi coche tan contento con su pegatina nueva y yo con la clara idea de contárselo hoy a ustedes. Sí: hay vida en el planeta.

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