Turismofobia o vecinofilia
Cada vez hay más ejemplos de municipios a los que el turismo se les fue de las manos y se ha vuelto insoportable
Salamanca es una de esas ciudades con gran atractivo turístico que ha sabido mantener el equilibrio entre el turismo sostenible y el turismo masivo. La ciudad fomenta el turismo -porque miles y miles de salmantinos viven de ello-, pero sin perder la esencia de ciudad castellana, histórica, transitable y relajante.
Ahora vienen las Ferias y Fiestas, que son una de esas pocas fechas a lo largo del año en las que la ciudad se pone a rebosar y nos hace reflexionar si nos gustaría que fuera siempre así: todo lleno.
En los últimos años hemos visto varios ejemplos de municipios a los que el turismo se les fue de las manos. Posiblemente no fue culpa de nadie. Simplemente se puso de moda, corrió el boca a boca y en cuestión de cinco o diez años las heladerías y tiendas de regalos fueron sustituyendo a los bares de toda la vida causando entre los lugareños una ola de 'turismofobia'.
Este año ha golpeado con fuerza en Mallorca. Los vecinos de la isla están hartos de los precios adaptados al nivel adquisitivo de los alemanes, de las borracheras, de las peleas, los negocios sin alma… Al parecer, empiezan a hacer que el turista se percate de que no es bien recibido y el pasado año se juntaron 20.000 mallorquines en una manifestación para exigir una regulación que limite el número de visitas que entran a la isla. Debió surtir efecto porque algunos turoperadores están pidiendo explicaciones al gobierno balear de por qué este año han descendido las reservas de paquetes vacacionales a Palma.
En diversos puntos de Galicia llevan ya unos cuantos años poniéndole mala cara al visitante para animarle a que no vuelva. En Cangas ya es frecuente que los vecinos se turnen para cruzar masivamente un paso de cebra durante horas para que se formen kilométricas colas de coches tratando de acceder sin éxito a la costa y que lo cuenten cuando regresen a casa. Varios restaurantes de Galicia también eligen sus vacaciones en las semanas de mayor afluencia turística desde Madrid y no lo disimulan: «Si cae una bomba en Mera quedan sin tontos en la Meseta», apuntaban desde un establecimiento gallego el pasado año para justificar el cierre.
Y luego está lo de Roma. Puedo dar fe de que es una catástrofe. La visité por primera vez hará unos 20 años y me enamoró. Regresé al cabo de un tiempo y me siguió pareciendo fascinante. La última vez que estuve en Roma fue el pasado verano y me pareció una especie de parque temático en hora punta. ¿Qué es lo que ha sucedido? Hay que caminar por la calzada porque las aceras están abarrotadas y entrar en los puntos más concurridos como la Fontana de Trevi resulta imposible. Es una masificación de visitantes insoportable.
El turismo es negocio y es riqueza para muchas personas, pero también tiene connotaciones negativas. Si pides referencia para comer en un establecimiento y te advierten de que es 'muy turístico' ya intuyes que vas a pagar más de la cuenta y no precisamente por una excelsa calidad.
Cuantos más ejemplos conozco, más aprecio el estilo de turismo que se practica en Salamanca y cómo la ciudad ha manejado el capote para abrirle los brazos a unos y ponerle banderillas a otros: las despedidas de soltero, por ejemplo.
Gracias a ese equilibrio Salamanca sigue siendo una ciudad para vivir y no solo para visitar. Se trata de eso: de no hacerle hueco a los de un día en detrimento de los de toda una vida.