A Silvestre Sánchez Sierra
«Abre tus ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Silvestre, tu hijo». Algo así quiero creer que vendrá diciendo Silvestre Sánchez Sierra ... en su último viaje a su pueblo, donde hoy recibirá tierra y eterno descanso. La gran aventura de la vida siempre tiene en El Quijote un enunciado que puede reescribirse con otro nombre para apuntalar un pensamiento o llorar una pena. Lo comenté con mi amigo Silvestre un lunes de septiembre de 2011, tras recibir su llamada para agradecerme la columna GACETA que le había dedicado por la gran fiesta celebrada en Aldearrodrigo, con motivo de ser nombrado Hijo Predilecto del municipio que le dio bautismo y crianza. Le gustó que yo hubiera puesto aquellas palabras tan sanchopancescas en su boca, y, a poco de regresar a Barcelona, ya tenía el artículo enmarcado y colgado en esa abigarrada galería fotográfica de amistad y vida que sorprende a todo aquel que entra en su restaurante Salamanca de la Barceloneta. Aunque hoy ya no habrá llamada suya en mi móvil ni periódico en su maleta. Aunque hoy mi lunes GACETA será, irremediablemente, mucho más tristón, sombrío y silencioso.
La noticia del fallecimiento de Silvestre ha sido como si, de repente, parte del nombre de Salamanca se sepultara también junto a una de las más hermosas historias profesionales y humanas que ha tenido esta provincia. Una historia que hubo de hacerse, como muchas otras, fuera de su tierra y con esas ansias irrefrenables que a tantos salmantinos arrastraron a buscar el futuro lejos de sus terruños mesetarios. Y así fue como el destino quiso que Silvestre comenzara a escribir el diario de su vida profesional en la Ciudad Condal, donde, sin sospecharlo, acabaría haciendo de su querida Salamanca, más que una gran empresa de hostelería, una casa generosa y abierta a todos con preciosa bandera charra.
Porque en Silvestre nunca hubo resentimiento hacia sus humildes orígenes ni menosprecio a la tierra que no pudo darle el pan. Nunca los relumbrones de la gran ciudad o el mar azul —tan para él amados y hechiceros— pudieron quitarle las ganas de viajar con frecuencia a sus campos para visitar a sus vecindades y amistades salmantinas. Viajes, siempre de ida y vuelta. Sin ignorar que su querida Barcelona ya no era la misma que sesenta años antes le acogió. ¡Pobre Cataluña, qué pena, tan llena de tirrias y de murgas!, se lamentó en una de nuestras últimas charletas. Ah, querido amigo, duerme orgulloso de lo que has sido y eternamente feliz. Tu Buen Pastor ya te conduce en benignidad y gracia a las herbosas y apacibles praderas de los salmos. Te las has ganado a pulso.
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