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Más que una columna de opinión al uso, hoy voy a recordar un testamento de vida firmado en Salamanca en 1982. La historia de Víctor Mauriz me ha venido a la memoria tras las decenas de crónicas con que los medios han narrado el viaje mundial de las juventudes hacia Lisboa, para encontrarse en la JMJ con el papa Francisco. Miles de jóvenes en tránsito por pequeñas y grandes ciudades, donde su presencia lo ha llenado todo de música, de oración y de contagiosa alegría. Una estampa que ha sido un soplo de aire fresco para un mundo amenazado por sus diferencias y las pataletas de sus líderes.

Cuando Víctor Mauriz (de Cacabelos, León) cursaba 6º de Medicina en la Universidad de Salamanca, yo estaba en 1º, por lo que nunca nos cruzamos por las aulas. Aunque tampoco su enfermedad nos iba a dar tiempo. En la intimidad de su cuarto, solo y ante su bandurria de tuno universitario, el estudiante de veinticuatro años redactaba cuatro cartas para dar despedida a familiares y amigos, y hacer testamento de sus ideales. «No preguntes por mí pues soy peregrino / y a tierras lejanas voy, cantando…». Nadie sabía que la muerte ya lo tenía en volandas. Sólo Víctor caminaba con firmeza hacia la luz de aquel Dios de amor y sonrisa extraordinariamente grande -así lo definió él- al que había confiado su próximo destino. Tal como pidió, su capa de tuno le fue entregada a Juan Pablo II en la gran pradera de Alba de Tormes, mientras la Tuna Universitaria cantaba al Santo Padre «Clavelitos».

Me siento muy agradecida a mi memoria por haber custodiado, con tanta claridad, aquel entonces de hace cuarenta años. Entusiasmada al ver cómo los jóvenes siguen viajando al encuentro con la fe, aunque tengan que «salir de su zona de confort», según palabras que he escuchado decir a uno de ellos. Francisco es el papa de su tiempo como san Juan Pablo II fue del mío, y todos los tiempos tienen sus preocupaciones y dificultades. He vuelto a leer con detenimiento el libro donde se transcriben las cartas y poemas de Víctor Mauriz y que su hermana Luisa, en 2007, me regaló con una entrañable dedicatoria. Y en él habla de la democracia limpia, de la igualdad social, de la libertad, de la bandera, de la Constitución, de España y del respeto al Rey, a pesar de tener ideología republicana. Y, además, habla de Dios, porque Víctor Mauriz estaba de Dios lleno. Una historia que me lleva a otra: la de fray Pablo Alonso, el joven carmelita salmantino fallecido hace poco más de dos semanas y cuya carta, «feliz», por deseo expreso, ha sido entregada a Francisco en la JMJ de Lisboa. Otro ejemplo de vida a guardar.

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