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Lo que viene a continuación va a sonar a perogrullada, pero creo que conviene ponerlo de manifiesto: cuando la naturaleza se pone a decir aquí estoy yo, poco o muy poco se puede hacer, además de esperar a que escampe. La gente que tiene/tenemos más relación con el campo y el medio rural estamos más acostumbrado a lidiar con la climatología adversa. Sin embargo, el habitante de las ciudades puede que no tenga tan presente los condicionantes de eso que hemos dado en llamar «el tiempo». Lo he escrito en alguna ocasión, pero considero que no está demás insistir en lo que viene a continuación. De niño y de joven en todos los caminos que salían de mi pueblo había una o varias cruces que recordaban a personas que, sorprendidas por una tormenta veraniega, había muerto fulminadas por un rayo. Cuando cuento esto, habitantes de grandes ciudades me suelen mirar un poco extrañados como si eso fuera imposible, hasta que hace unos años un ciclista que circulaba en su bicicleta cerca del Parque del Retiro de Madrid fue víctima de un rayo.
Otra de las expresiones que he escuchado en muchos pueblos y aldeas es que el agua o el río siempre termina pidiendo los papeles, en alusión a que, si se invaden sus dominios, tarde o temprano termina llevándose por delante lo que pilla. Sin embargo, asediados por las nuevas tecnologías, crecidos en nuestro ego por los adelantos científicos del último siglo, que han influido positivamente en nuestra forma de vida, hemos despreciado en cierta manera a las fuerzas de la naturaleza y nos creemos a salvo de ella. Pero ¿cómo va a ser posible que Valencia se encuentre aislada por tren o por carretera y autopista? Pero ¿cómo va a ser posible que no se pueda ir de un pueblo a otro, situados a menos de cinco kilómetros en los arrabales de esa capital? Si nos llegan a decir esto hace cien horas, muchos hubiesen contestado que era imposible. Y, sin embargo, ahí está lo sucedido con ese demoledor balance: más de 150 personas muertas y muchas desaparecidos, además de cuantiosos daños materiales. Si el martes me anuncian que no voy a poder viajar en tren de Madrid a Valencia o a Cuenca en las próximas tres semanas, pues hubiese contestado que eso era imposible. Pues bien, ahí están esos plazos.
Todo lo anterior no debe servir como excusa a los posibles errores que se hayan podido cometer en la gestión de las horas críticas. ¿Se podrían haber hecho las cosas mejor? Pues seguro que sí. Pero si caen quinientos litros por metro cuadrado en unas pocas horas en unos puntos determinados, habrá daños y víctimas casi con toda seguridad, salvo un milagro. Esa situación refleja las fuerzas de la naturaleza en estado puro, que el hombre con todos sus adelantos técnicos es incapaz de controlar. Basta recordar lo sucedido en el casco antiguo de Letur (Albacete) y eso que esas edificaciones llevaban ahí años y años y han visto pasar incluso siglos. Hasta que las fuerzas de la naturaleza han dicho esta semana aquí estoy yo.
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