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El fútbol base de Salamanca debería ser una actividad que sirve a los más pequeños para disfrutar con su deporte favorito y a las familias para ver crecer felices a los más menudos, pero por desgracia no es así. Se ha convertido en un termómetro certero de todos los males de nuestra sociedad que, por desgracia, se ven reflejados en esos partidos de fin de semana. Estos encuentros, aunque tienen un fondo de lo más inocente, muchas veces acaban en drama. Este fin de semana el último incidente ha sido que unos individuos se han personado en uno de los partidos con un machete y lo han blandido a modo de amenaza al más puro estilo banda callejera muy peliculera.
Era un partido juvenil en Villamayor entre el equipo local y Unionistas B, aunque por lo que parece la celebración del encuentro solo era el escenario de la amenaza gráfica con el machete. No obstante, era lo que faltaba en los campos del fútbol base, donde se insulta hasta la saciedad a árbitros adolescentes que están empezando y padres, que están llamados a educar a sus hijos, se convierten en auténticos barras bravas en partidos de fútbol 7 que se tienen que jugar a lo ancho del campo al ser los futbolistas unos bajitos muy simpáticos que casi no pueden darle con fuerza al balón.
Mi teoría para intentar explicar el disparate de casi todo los fines de semana es científica. Sostengo que se produce una fórmula química que es sinónimo de explosión irracional. Por un lado, aparece el a mi Juanito no lo toca nadie, aunque sea jugando un partido de benjamines donde el único problema que hay sobre el campo es no haber entendido el último capítulo de la patrulla canina, mientras que por otro aparece la normalización interior de que se puede insultar y comportar uno como un salvaje en el fútbol. Son dos conceptos muy interiorizados, que normalmente no salen a relucir cuando entre semana esos padres van de familia modélica en la puerta del colegio, pero por dentro tienen ese virus irracional que no pueden contener un sábado por la mañana en un trascendental partido de alevines. Los cuartos de final de la Liga de Campeones son un amistoso barato en comparación con cómo se toman algunos padres las ligas provinciales de sus hijos.
Algo va mal en la formación de las nuevas generaciones. Por un lado, queremos que nos indiquen si comen suficientes probióticos en el menú escolar del colegio y defendemos a los hijos de todos los peligros que acechan en la educación, pero después nos pasamos el código ético por el forro y el fin de semana le lanzamos un mensaje al menor de que sus padres son dos trogloditas que pierden los papeles por una falta no señalada en una final de niños de 8 años. Lo mismo es menos grave que un niño se pase una tarde con las chucherías y que por unas horas vaya de azúcar hasta arriba antes que ver a sus progenitores amenazando de muerte a un árbitro.
Un consejo para padres descontrolados. Si se van a comportar como un ultra, mejor se quedan en casa. Se toman algo en el bar más cercano y al final del partido se pasan a recoger a la criatura. No pasa nada, no serán peores padres, sino que esa decisión será más beneficiosa para la formación de su hijo. Y no pasa nada, ya que somos muchas las generaciones que nos hemos criado sin padres en nuestros partidos de fútbol o baloncesto cuando éramos pequeños y aparentemente estamos bien.
Por último, el papel de madre de Mbappé o padre de Neymar no abunda, por lo que los padres que creen que sus hijos pueden retirarles jugando al fútbol que se vayan olvidando y que lo asuman cuanto antes.
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