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Cuando el sentido común deja de ser sentido común y la mollera comienza a alimentarse de proclamas ‘a la carta’, coyunturalmente tendenciosas y extravagantemente ecologistas y verdes, todo discurso se idiotiza. No ha habido más que escuchar los disparates sobre la problemática del estado de los bosques con que los representantes del aquelarre político han azufrado sus hogueras, mientras nuestras sierras eran un espeluznante hachón al rojo vivo. El último ha salido de la boquita de Inés Arrimadas, presidenta nacional de Ciudadanos, quien, como ya va teniendo poco donde rascar, se ha sacudido las pulgas que le quedan sobre Alfonso Fernández Mañueco y sus socios de Gobierno, para hacerles responsables de los incendios que han calcinado las cerca de 85.000 hectáreas en Castilla y León. Un mitin facilongo en el que la lideresa de los naranjas acusa al presidente de la Junta de haber paralizado la administración regional durante seis meses; tiempo que, según ella, iba a ser empleado en limpiar las zonas forestales. ¡Ay, Inés, Inés, Inesita, Inés!, déjeme que le cante un poco mientras usted se jalea sirviéndose de la desgracia y echa más leña al fuego. ¡Tres hojitas, madre, tiene el arbolé, la una en la rama, las dos en el pie! Dábales el aire, meneábanse, dábales el aire, jaleábanse. ¡Ay, Inés, Inés, Inesita, Inés, no me haga reír, por favor! Que el arbolito verde secará la rama, y nadie, a estas alturas del thriller político que estamos viviendo, podría creerse eso de que con ustedes en el gobierno de Castilla y León iba a pensarse, antes, más y mejor, en el peligro que representan las serojas y las agujas de los pinos. Hace tiempo que en este extraño país llamado España, los problemas solo son problemas cuando salta la chispa y se avientan las ascuas: declaración de incendio. Y luego ya viene ese momento en que se anuncia la visita a las zonas afectadas de las autoridades y la “gerifaltia” institucional. De usted misma, por ejemplo. Todos tan solidarios, cariacontecidos y cercanos a la pena vecinal. Todos tan generosos, repartiendo euros de humo y abrazos con ardor rural. Todos con la misma calentura en la boca, porque hay que aprovechar la situación para calcinar al adversario ante las alcachofas de los reporteros y las cámaras de televisión. Por más que he huroneado en las noticias, no he encontrado incendio de donde los unos y los otros no se hayan marchado sin antes encender una nueva hoguera. España, más allá de sus bosques, está que arde y en peligrosísimo estado de deflagración. Aunque nos engañemos con tinto de verano y verbena veraniega.

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