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Así es el diálogo según Sánchez. De lo tuyo, nada, y de lo mío, todo. Su Sanchidad entiende así la política de pactos: o me apoyas en todo lo que yo propongo, o te conviertes en un antipatriota, un ultraderechista. Menos mal que Feijóo no ha nacido ayer, ni tiene un pelo de tonto, y de momento no se ha dejado embaucar.

Digo de momento porque lo más peligroso de cuanto aconteció en el encuentro del pasado jueves es ese compromiso de negociar la renovación del Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. Entiendo que por parte del presidente del PP se trata de uno de sus planteamientos a la gallega, del estilo “de eso que dices, pues bueno; y por lo demás, ya ves”. No creo que caiga en el error de aceptar el abrazo del oso sanchista para permitir que el Gobierno socialcomunista acabe controlando la Justicia, que es lo único que les falta para volar los cimientos del estado de Derecho y la separación de poderes.

A Sánchez no le importa ni la inflación desbocada, ni las tensiones en política exterior (provocadas por sus bandazos a favor del Frente Polisario primero y después entregándose ‘gratis et amore’ en brazos del Marruecos) ni la aplicación de los fondos europeos. Lo único que quiere es asegurarse de que los jueces y fiscales actúen con el máximo rigor contra el PP y con la manga más ancha cuando se trata de asuntos relacionados con el PSOE.

Al estilo gallego, Feijóo interpretó las más de dos horas de charla con Míster No es No con una doble impresión: por un lado, la reunión fue muy cordial; por otro, resultó poco fructífera. Vamos, que no sirvió para nada.

El líder de la oposición llevaba la lección aprendida y puso por delante una bajada de impuestos para reactivar la economía como condición para firmarle el cheque de las medidas económicas a Sánchez. Por supuesto, el presidente del Gobierno dijo a todo que no, porque no es no, y si insistes, tampoco. El presidente del PP se quejaba de que no le habían pasado ni un papel ni ninguna propuesta antes de la reunión. Que se vaya acostumbrando, porque con el pasajero del Falcon todo es improvisación, el terreno en el que mejor se mueve y en el que suele conseguir ventajas. Pedir seriedad y compromiso a Sánchez es como pedirle humanidad y compasión a un tal Vladimir Putin.

En la medida en que Feijóo sepa mantener la distancia con el inquilino de La Moncloa las expectativas de voto para los populares irán creciendo con el paso de los meses. Dejar hacer a Sánchez tiene el peligro de que puede agravar cualquiera de las muchas crisis en las que estamos inmersos, pero darle la mano es todavía peor, porque seguirá con sus planes sin ceder ni un milímetro y además encontrará la excusa perfecta para endosarle a otros la responsabilidad de los desastres.

Con dejar a Sánchez a su suerte y no cabrear demasiado a Vox, el líder del PP lo tiene hecho. Porque ni las medidas anticrisis ni los fondos europeos va a sacar a España del profundo agujero en el que el Gobierno socialcomunista nos ha metido. De hecho, volvemos a ser los peores de Europa en todos los grandes indicadores: tenemos la inflación más alta, a pesar de que no compramos apenas gas ruso, sufrimos el mayor porcentaje de paro, especialmente el juvenil, hemos disparado la deuda pública como ninguna otra nación en los últimos años, tenemos un déficit enorme y nos han incrementado la presión fiscal a lo bestia. Mientras en los países punteros de la UE están bajando impuestos, aquí Sánchez y sus socios comunistas van a batir un nuevo récord de ingresos, gracias a la brutal subida de los precios.

Las encuestas de los últimos días confirman el descenso del PSOE y el crecimiento tanto del PP como de Vox. Si Feijóo no se deja engatusar, podemos estar asistiendo al principio del fin del sanchismo.

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