El juez notorio
De chico tenía algo de mayor. No sé si ahora quedarán vestigios del niño atrevido al que se contraponía el cauto y ortodoxo, siempre cumplidor ... de las normas. En cualquier caso, quedo abierto, como no puede ser de otra manera desde una tribuna pública, a que algunos de los lectores de este centenario diario me tomen por antiguo o distante de la realidad que nos rodea. Igualmente, les digo que creo con firmeza que las personas que adquieren en la vida relevancia son aquellas que no quieren ni en pintura la notoriedad. Voy a tratar de explicarlo.
Apoyándome en el diccionario de la RAE y en mi propia percepción de ambos términos, interpreto la relevancia como consecuencia de grandes actos. A modo de ejemplo: los científicos, médicos, virólogos y demás profesionales de la salud que han adquirido esa condición a cuenta de compartir sus conocimientos o de explicar con suma nitidez situaciones que escapaban al entendimiento del común de los mortales, durante esos picos u olas pandémicas que nos han acuciado recientemente.
Sin embargo, el término notoriedad me provoca sensaciones distintas. Está en la misma línea, es incluso posible que invada el significado de relevancia, aunque, en mi opinión, esta es provocada por un deseo de esa fama singular y más bien efímera que con tanta ansia se busca, hoy en día, a través de las redes sociales (likes).
Todo esto viene a cuenta del anuncio de matrimonio, parece ahora que fallido, que el juez salmantino Santiago Pedraz protagonizó con Esther Doña, nada menos que en la portada del semanario de noticias de sociedad “¡Hola!”. Entenderán ustedes ahora el comienzo, e insisto, para mí, que un juez busque de ese modo la notoriedad, cuando su posición en la judicatura ya le presta una relevancia pública, me parece una desconsideración.
Fíjense en la diferencia, enorme, en mi opinión, entre que la repercusión de mi relación con una persona ya seguida por los medios de comunicación a cuenta de su matrimonio con el marqués de Griñón, Carlos Falcó, unida a mi relevancia por mi posición en lo público desde la Audiencia Nacional, hace que mi boda adquiera notoriedad; a buscar la notoriedad, anunciando (vendiendo) mi compromiso con Esther en la portada de “¡Hola!”.
Ítem más. Si se confirma que la exclusiva ha sido cobrada por alguna de las partes, con posterioridad a su ruptura sentimental, y yo fuera uno de los cientos de afectados en las múltiples causas que pueblan el juzgado de su señoría en la Audiencia Nacional, ardería en deseos de escuchar una explicación o una acción de su parte: o bien el dinero habrá de ser devuelto o, si no, denunciar a la parte receptora del montante por la figura jurídica que corresponda, que yo de eso no entiendo. Es inimaginable un juez con tanta notoriedad siendo parte o cómplice de ilegalidad alguna, ¿o no?
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión