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La cosa, aunque lo parezca, no va de fontanería si no de la triste, dura y seca, cada vez más seca, realidad. Parece que son muchos los grifos que se están cerrando, unos por imposición, otros por obligación y otros por responsabilidad. Nos cierran grifos de todo tipo, comenzando por el grifo del gas ruso, continuando por el del agua en muchos lugares, incluida Galicia, donde la sequía se hace patente y latente.

Nos cierran grifos económicos, donde también la sequía es cada vez más manifiesta y para algunos angustiosa. La culpa, según parece, es de eso que llamamos “sistema”, que nada tiene que ver con aquello del sistema métrico decimal. De momento, el grifo de la cerveza se mantiene, aunque no sé si esa es la mejor solución para acabar con “el sistema”.

Ciertamente parece ser que “el sistema” lo controla todo. Incluido todo tipo de grifo, tubería o cualquier otra cosa que “el sistema” considere oportuno, justo y necesario, aunque atente contra los principios de sentido común más básicos. Llegados a este punto es cuando uno visualiza como “el sistema” deshumaniza todo lo que toca. Para muestra Ucrania y la solidaridad con Ucrania. Quizá ya no sepamos de qué estamos hablando, ¿recuerdan una guerra fruto de una invasión rusa? Hagamos memoria de la emocionante y triste llegada de tantas personas desde Ucrania.

Taxis solidarios, autobuses solidarios, casas de acogida, reparto de alimentos, mantas y ropa camino de Ucrania, ... suma y sigue. Hoy ese grifo si no está ni cerrado sólo gotea. Como por arte de magia la terrible guerra parece haber pasado a segundo plano.

Aquella “pobre gente” importa muy poco a mucha gente y “el sistema” responde desde donde se le ocurre pero no desde la humanidad y el sentido común. Todo el esfuerzo por acoger y situar a todas estas personas, por aliviar tan dramática situación se está quedando en agua de borrajas, poniendo parches sin tener en cuenta el dolor, la tristeza y el sufrimiento de estos seres humanos llegados de Ucrania.

Uno ya no sabe si la guerra brotó por generación espontánea, por los intereses de algunos o vaya usted a saber porqué, pero lo que sí tengo clara es la tristeza, la incertidumbre, el desconcierto, a veces la angustia e incluso el miedo en las miradas de quienes cada día siguen esperando el fin de una guerra que para ellos es una pesadilla interminable. Tienen nombre y apellidos, tienen raíces y recuerdos de una vida en paz, por lo tanto, aunque “el sistema” no lo crea, tienen corazón y sentimientos.

Vender humo es fácil, mantener el fuego de la solidaridad... esa es otra guerra. Desgraciadamente una guerra contra ese “sistema” descarnado, deshumanizado, egoísta e interesado que solo piensa en sí mismo. Un “sistema” del que algunos se han salido para poder mantener la poca paz que han encontrado donde han sido acogidos. Maldigo este “sistema” y las actitudes de quienes con las mentes perversas y los corazones vacíos lo mantienen en pie.

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