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No recuerdo el 11-S. Sencillamente no lo recuerdo porque vivo de forma permanente en el laberinto de ese día de estupefacción y miedo, de televisión y horror, de lágrimas y sirenas, de incredulidad y rabia, de polvo y bomberos. Adiós a la libertad y a mi inocencia, adiós también a aquella cena en el “Windows of the World”, cuando yo mismo aspiraba a redimir a Sherman McCoy, incluso a ser un imbécil simpático y guapo como Sherman McCoy. Nueva York era entonces, años 90, una meta, una idea, la verdadera fábrica del mundo (y del mundo feliz), de la avenida Madison a Los Hamptons pasando por las Torres Gemelas, metáfora perfecta de capitalismo y libertad. Hoy hace 20 años del día en que mi vida cambió, 20 años que se me han fundido como el acero y el hormigón de aquellos dos rascacielos cuyo colapso marcó el fin de nuestra felicidad, el fin del esfuerzo titánico de nuestros abuelos y padres por llevar al mundo a un lugar mejor. Y lo consiguieron, porque los que nacimos entre los años cincuenta y los ochenta lo disfrutamos plenamente, disfrutamos de la libertad y del conocimiento, que es justo lo que hemos perdido, lo que hemos olvidado. Como dice la canción, “se me olvidó que te olvidé”.

Aquel 11 de septiembre de 2001 no fue sólo un Telediario interminable lleno de ruido y angustia, fue una puñalada en el corazón de Occidente, en nuestros valores, en nuestras creencias, pero sobre todo -e insisto e insisto en ello- una puñalada en el corazón de la libertad. No murieron casi tres mil personas, aquel día en Nueva York morimos todos y, más allá de la muerte misma, aquel maldito día acabamos todos en las mazmorras del fundamentalismo para pasar después a las cámaras de tortura del buenismo, de la estupidez humana y de la esquizofrenia de un mundo de barbudos y de millonarios sedientos de juegos satánicos. Aquel 11 de septiembre le pusimos imagen y sonido a nuestra depravación, como Hitler en un “reality” de “Tele 5”. Stanley Kubrick hubiera sabido muy bien de que hablo: “11-S, la película”.

Hoy no es una efeméride redonda que llenaremos de imágenes y fotografías del infierno que conocimos “on-air”. Hoy es un día más para llevar tatuada en la frente la barbarie, pero sobre todo un día más para recordar, como yo recuerdo diría que cada día, aquel momento de la Historia más sucia y oscura. No solo se difundió en directo la imagen de un genocidio ideológico y cultural, el humo izó sobre los cielos azules de NY la bandera del odio y de las miserias humanas más abyectas. El hombre llegando al mono, feliz, como mi fotograma del mundo que nos hemos empeñado en construir: Charlton Heston descubriendo la cruel realidad en una playa. La libertad derribada. Insisto e insisto: la libertad derribada. Insisto. Sólo pido esperanza. Y hoy, un recuerdo.

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