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La noticia política de la semana es sin duda la marcha de Javier Iglesias de la presidencia provincial del Partido Popular de Salamanca. El mirobrigense deja tras de sí catorce años de un trabajo con resultados brillantes al frente de la formación. Convocatoria tras convocatoria, Iglesias ha cosechado porcentajes de apoyo al PP que situaban a esta provincia entre las mejores de España, cuando no la mejor, como ocurrió en las últimas elecciones municipales y generales.

Desde que llegó a liderar el partido, el ya expresidente provincial ha conjugado la firmeza y la lealtad a los órganos regionales y nacionales con una fina labor de contrapesos y compensaciones que le han permitido mantener la paz interna y el entusiasmo a la hora de trabajar en las campañas electorales. El partido venía de la etapa convulsa del último mandato de Julián Lanzarote, que había despeñado a la formación por el barranco del ‘cesarismo’ y la indisciplina. Siempre resultan complicado satisfacer los egos de los militantes más significados, que muchas veces con sobradas razones aspiran a ocupar escaños en el Congreso, el Senado, las Cortes regionales, la Diputación y los ayuntamientos. En esa ingrata y enrevesada tarea el PP de Salamanca ha sido un ejemplo a lo largo de la mayor parte de la “era Iglesias”. Esa encomiable trayectoria se torció a partir de 2018 con la llegada de Pablo Casado a la presidencia nacional de la formación popular, aunque la responsabilidad de las turbulencias internas producidas desde entonces corresponde al político abulense y al equipo de dinamiteros comandado por su secretario general, el ‘lanzapipos’ Teodoro García Egea. Solo a personajes tan destructivos como el tándem Casado-Egea se le podía ocurrir montar una operación de acoso y derribo contra un presidente provincial como Iglesias (y también, aunque con menos eficacia, contra el presidente de la Junta y del PP regional, Alfonso Fernández Mañueco) que no solo mantenía el partido unido sino que seguía funcionando como una maquinaria perfecta de ganar elecciones. Y solo militantes salmantinos con tanta ambición como Chabela de la Torre, Julián Barrera, Javier García Hidalgo o Enrique Sánchez Guijo se les podían unir en una maniobra condenada al fracaso. La llegada de Alberto Núñez Feijóo desactivó la operación y los ‘díscolos’ han desaparecido de la escena.

La marcha de Iglesias abre ahora un periodo de interinidad en el PP provincial que liderará el alcalde de la capital, Carlos García Carbayo. Todo apunta a que el relevo será tranquilo y que, una vez superados un par de asuntos judiciales de escasa trascendencia relacionados con las primarias a la candidatura de la Junta y la convocatoria del congreso provincial (que corresponde a Génova), el mirobrigense continuará como presidente de la Diputación tras las municipales, en las que el PP aspira a reconquistar alcaldías de peso ahora en manos del PSOE.

La otra noticia relevante de los últimos días ha sido el anuncio de la ministra de Educación, Pilar Alegría, del aplazamiento de la entrada en vigor de la EBAU. Una noticia recibida con alborozo por la comunidad universitaria y ‘preuniversitaria’, por cuanto la prueba de selectividad diseñada por el Gobierno sanchista consolidaba y agravaba más si cabe la injusticia de un sistema desigual que permitía a los estudiantes de las autonomías más atrasadas competir de forma desleal con los alumnos aventajados de Castilla y León. Solo cabe esperar que el aplazamiento termine por significar el olvido definitivo y para ello será clave que Feijóo no se duerma en los laureles y remate en las generales de 2023 la faena de expulsar a Pedro Sánchez de La Moncloa.

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