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A nadie parece interesarle la opinión de Ucrania cuando las potencias amontonan soldados, tanques y aviones junto a sus fronteras. En el fondo, poco importaría Ucrania a las potencias si no fuera porque se encuentra donde está. La historia nos demuestra que los poderosos aparentan preocupación por los problemas ajenos, pero que sólo actúan cuando el altruismo les interesa. Al final, ya se sabe, todos somos iguales, aunque unos lo sean más que otros.

En el Este de nuestra Europa hay gente con ganas de liarla parda. Pero no quiero dedicar la columna a la Tercera Guerra Mundial, que para iniciarla −¡qué falta de delicadeza!− bien podrían esperar a que acabara la pandemia. Me dedicaré a otro asunto menos intenso, pero más cercano, que también tiene mucho que ver con aquello de que otros decidan por los asuntos propios: la reforma laboral.

Mucho me cuidaré de valorar lo buena o mala que sea la modificación de las condiciones de trabajo en España. Para eso hay expertos y mi opinión nada debe contar. Lo único de lo que estoy seguro es de que, tras mucho tira y afloja, del inicial enfrentamiento se llegó al acuerdo entre las partes, entre los trabajadores y los empresarios, que son quienes están verdaderamente interesados en este asunto.

Mira qué buen día hace, pero ya verás cómo llega alguien y lo fastidia. ¿Por qué los políticos, cuyo poder democrático deriva de los ciudadanos, se rebelan contra ellos y se empeñan en meter sus patazas sobre los acuerdos adoptados? ¿Por qué cuestionan la paz social alcanzada y la convierten en un nuevo campo de batalla al que nadie los ha llamado? ¿Quiénes son ellos para cuestionar un arreglo que parecía imposible? ¿Acaso no es bueno que haya un pacto? ¿Por qué se empeñan en seguir enfrentándonos?

El acuerdo sobre la reforma laboral viene de la mano del Gobierno, pero no es la reforma del Gobierno; es la reforma acordada entre trabajadores y empresarios en el marco de la ley. Se habla interesadamente de traiciones, de nuevas mayorías y nuevos pactos, como si el diálogo y la razón fueran algo de lo que avergonzarse, cuando lo oprobioso es que los partidos pretendan priorizar sus intereses estratégicos particulares en perjuicio de las partes de un conflicto afortunadamente superado. O que se vote en contra porque se sabe que la convalidación va a salir adelante, aunque sea por los pelos. Pedirles coherencia, supongo, sería demasiado.

Señorías... trabajen un poquito más por España y, sobre todo, por los españoles. Desistan de esa perpetua campaña electoral. Nos merecemos algo mejor.

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