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Haría bien el rector Ricardo Rivero en no contar con los 80 millones de euros que ha solicitado al Gobierno para financiar un ramillete de proyectos universitarios, tal y como contaba ayer en una entrevista en este periódico. Sin dejar de poner toda la carne en el asador y trabajando en cada uno de los planes propuestos por el Ejecutivo, la Universidad se enfrenta a la cruda realidad de que Salamanca no cuenta para nada en Moncloa y si el Estudio quiere seguir adelante con sus planes de mejora docente e investigadora deberá hacerlo con medios propios, o a lo sumo con los de la Junta.

Desde que llegó al poder, del Ejecutivo sanchista-comunista Salamanca solo está recibiendo muestras de olvidos y desprecios. Uno de los agravios más dolorosos ha sido la creación del Observatorio del Español en La Rioja, comunidad elegida por Pedro el Hermoso en virtud de su amistad con la presidenta de esa Comunidad, la socialista Concha Andreu. Como bien es sabido, todo el mundo va a estudiar español a Logroño, donde la enseñanza del castellano disfruta de una profunda y prestigiosa tradición (es broma). A la hora de crear organismos descentralizados el Gobierno no tiene en cuenta la despoblación, sino el signo político de quienes mandan.

Algo parecido, con algunos matices importantes, ocurrió con el Centro Nacional de Neurotecnología, al que también aspiraba Salamanca y que acabó siendo concedido a Madrid, porque no había ninguna ciudad o autonomía con carné del PSOE entre los candidatos.

En este caso, hay que decirlo, el proyecto madrileño era más sólido y se había preparado mejor y con más tiempo que el salmantino, lo cual debería obligar a un ejercicio de reflexión tanto por parte de la Universidad como por parte de la Consejería de Economía de la Junta de Castilla y León, que era quien lideraba el proyecto.

Vamos de revés en revés en el sorteo de los PERTEs (Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica) y no todo va a ser culpa de Sánchez.

En todo caso, poco se puede esperar de este Gobierno. Ni siquiera cuando promete ‘homogeneizar la EBAU’ como ha hecho la ministra de Educación, Pilar Alegría, que nos dará de todo menos una alegría cuando presente su reforma de la prueba de Bachillerato. En el Ministerio están con el lápiz, la goma y los borradores, y al final saldrá una chapuza. No puede ser de otra manera cuando el puesto de Alegría, como el de Sánchez, depende de los nacionalistas, reacios a una prueba única que iguale a todos los estudiantes españoles. Así que al menos durante unos cuantos cursos seguiremos sufriendo una EBAU que supone una afrenta anual para los futuros universitarios castellanos y leoneses. Un escándalo de proporciones mayúsculas que facilita que el 36% de las plazas para estudiar Medicina en Salamanca sean ocupadas por estudiantes andaluces, mientras que de Castilla y León solo entran un 7%. Cinco a uno. Y eso que esta Región tiene el mayor nivel de educación en Bachillerato, de los mejores del mundo, mientras que Andalucía está a la cola, según todos los informes.

La ministra ya ha reconocido que no contempla una prueba única para toda España, pero también ha dicho una cosa que es muy cierta: tampoco Mariano Rajoy impuso ese sistema igualitario cuando tuvo mayoría absoluta para ello.

Como tampoco la Junta que preside Alfonso Fernández Mañueco está siendo justa con la Universidad de Salamanca a la hora de repartir los fondos regionales. El rector Rivero está esperanzando en que haya un cambio y que se tenga en cuenta por fin tanto el número de alumnos, como la capacidad de investigación o la internacionalización, campos en los que el Estudio salmantino es líder, pero eso supondría romper la tradición igualitaria. La Junta, en política universitaria, apuesta siempre por todas, que es como no apostar por ninguna.

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