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El editorial del monárquico ABC titulado “Un Rey a la altura de España”, tras cinco años de reinado, sabiendo que Felipe VI mide 1,97 metros, me hace reflexionar sobre la altura física y la talla política. En nuestro Rey coinciden —popularidad del 75,3 %—, pero en otros muchos no concuerdan. La foto con los cuatro ex presidentes vivos, evidencia que los dos mas bajos —Felipe y Aznar—, estuvieron a la altura del cargo, mientras que los dos más espigados —Rajoy y Zapatero—, no la alcanzaron. El Rey tiene la altura de un aguerrido cabo de una escuadra de gastadores, esos que encabezan altivos los desfiles. En la foto con la Orden de la Jarretera, deja a Isabel II a la altura de su esternón.

Sánchez es buen mozo —1,90 metros—. Jugó como alero en el equipo de baloncesto “Estudiantes”, pero las malas lenguas dicen que no era precisamente Rudy Fernández y dejó el básquet. Aunque en el deporte de los altos, hay bajitos excelsos, como Campazo, “El Facu”, base del Real Madrid, que penetra entre los defensores contrarios como Pedro por su casa. Inolvidable el jugador internacional de EEUU —le vimos jugar en Salamanca cuando el Mundial del 86—, Tyrone Bogues. Medía solamente ¡1,59!, pero con prodigiosa habilidad, rapidez, robaba balones y se colaba como una ardilla entre el bosque de piernas largas que custodiaban la canasta. Pedro Sánchez es altiricón, pero políticamente —en Navarra ya con bilduetarras—, no levanta un palmo del suelo, repta como una culebra. El sanchismo es sencillamente rastrero.

En el periodismo, el tamaño no importa. Ahí están el larguirucho Luis del Olmo y el retaco de Federico, ambos concitando audiencias. En la política tampoco es preciso mirar la etiqueta de los repúblicos, como la ropa de confección (Small, Médium o Large, y hasta XX). La que armaron dos soldados con uniforme talla small, menudos, muy bajitos y generalmente odiados, pero quedaron para la Historia: en Europa, Napoleón (Napy), que medía la mitad que De Gaulle; y en España, Franco (Franquito), el General más chico de los sublevados. Pequeños pero matones. Para gobernar no es necesario medir 1,80. Se puede mandar alzando apenas metro y medio, como la monjita enana de “Amarcord” (Fellini), en una de las escenas más divertidas de la historia del cine. Consigue bajar del árbol en un santiamén al pobre de espíritu —más largo que un real de hilo—, que no obedecía a nadie, tiraba pedradas y repetía compulsivamente: “¡Quiero una mujer!”

Ha habido bajitos con mucho poder, como Pujol; “la niña asesina”, Soraya Sáenz de Santamaría; antaño el astuto gallego Pío Cabanillas, que calzaba zapatos a medida con mucho tacón, para aliviar su pequeñez (como hace Sarkozy). Hoy le diríamos influencer. Estuvo siempre en la pomada, con Franco y con la democracia, ocupando numerosas carteras ministeriales. Pero el paradigma fue el alfeñique y chepudo italiano Andreotti —el cabrón de “manca finezza”—, catorce veces ministro, cinco presidente del Gobierno. Sin embargo, el récord mundial de cagapoquito con poder, lo ostenta aún Benito Juárez, varias veces presidente de México. Era indígena y ¡no llegaba a 1,40!

En España, tras las elecciones, se escuchó como una orden castrense ¡a tallarse!, y la lista de los desechados por falta de estatura política resulta interminable. Insisto en referirme no a la talla física, sino a la que dan de sí los repúblicos en sus respectivos cargos. Aquí no se debe distinguir entre la alzada de un pollo de perdiz, un perdigón, y la de un pájaro perdiz adulto. Menuditos ambos, pero muy diferentes, han sido la concejal de Ganemos Pilar Moreno —envase mínimo lleno de yogur caducado—, y el socialista Arturito Santos, que durante su mandato mostró buena talla política, pero se marcha del PSOE —con mi aplauso—, por dignidad.

Último ejemplo: en Ciudadanos tanto valen el tocho Pablito Yáñez, ex diputado por Salamanca, muñidor del ruinoso desembarco de Silvia Clemente, como el salmantino Luis Fuentes, buen mozo. Ha alcanzado nada menos que la Presidencia de las Cortes de Castilla y León, sucediendo a su querida Silvia —traidora del PP, a la que apoyó—, sin más méritos que haber vendido muebles de cocina, “estar ahí” y buscarle avales de chichinabo a Albert Rivera cuando los precisó. Eso sí, sabe leer, que es lo que como portavoz hizo en las Cortes cuatro años. Le llaman “el lector” porque, incapaz de improvisar un parlamento, le preparaban escritas ¡incluso las réplicas! Es un ejemplo más de la escasísima talla política de nuestros actuales representantes. “Del Rey abajo, (casi) ninguno”. Físicamente mozallones, políticamente pigmeos.

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