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En Castilla y León sufrimos hace justo ahora dos años una moción de censura presentada por Luis Tudanca contra Alfonso Fernández Mañueco. De aquella quedó claro que el líder regional del PSOE perdió por goleada una aventura en la que le habían embarcado los gurús de Ferraz, pensando que podría desgastar a la coalición de PP y Cs. El socialista fue a por lana y volvió trasquilado.
A la vuelta de un año habría otro conato de moción, preparada esta vez en la sombra por el equipo de Tudanca, contando con el afloramiento de tránsfugas en las filas naranjas. Los preparativos fueron cortados de raíz por Mañueco, que adelantó las elecciones para ampliar su mayoría y también volvió trasquilado de las urnas, porque no hizo sino cambiar de compañero: Cs por Vox, con más pérdida que ganancia.
Al contrario de lo ocurrido en Castilla y León, con la moción del provecto Ramón Tamames en el Congreso no ha quedado claro quién ha vencido y quién ha salido perjudicado. Digamos que el evento ha ofrecido suficientes aristas y argumentos a unos y otros para declararse ganadores en la contienda verbal.
El espectáculo del debate parlamentario de los dos últimos días ha sido tan penoso que es probable que todos los protagonistas hayan salido perdiendo, incluso los ausentes y hasta el propio Congreso.
La Cámara ha confirmado su inutilidad en una moción destinada a la papelera de la historia, con intervenciones que han rayado el vulgar suelo de la oratoria. Sufre tantos y tan graves problemas nuestro país que da coraje ver a sus señorías perder dos días en ejercicios de narcisismo y manoseados argumentarios preparados desde el insomnio por los más ramplones asesores.
Tamames no pasará a los anales parlamentarios por sus discursos, a pesar de que contenían un análisis bastante certero de una realidad de sobra conocida: tenemos un Gobierno sustentado por quienes intentar acabar con España, trufado de sectarios radicales de la extrema izquierda, y empeñado en erosionar la democracia mediante el control del poder judicial, entre otros extremos merecedores de censura
El circo promovido por Vox estaba condenado a beneficiar al Gobierno de Pedro Sánchez ayudando a coserlo ahora que andan a tiros entre sus tres facciones, para poner en un aprieto al PP y para sacar un rédito electoral de color verde, pero nada de esto parece haberse cumplido. El presidente del Gobierno tiene un problema grave: cuanto más habla, menos le cree la gente. Y frente a Tamames habló (leyó, más bien) de lo lindo y a cada párrafo se le ve más el plumero cuando intenta exorcizar un pacto de PP y Vox mientras gobierna con quienes todos sabemos.
Tampoco creo que la ganadora, de rebote, fuera la comunista con disfraz de Caperucita, como apuntan algunos medios. Todos coinciden en que Yolanda Díaz utilizó el debate para lanzar su proyecto electoral, pero nadie explica en qué consiste su propuesta, porque aparte de ‘cosas muy chulis y tal’ la vicepresidenta no concreta nada y en discurso todo son banalidades sobre lo maravilloso que es unir, negociar y dialogar.
No creo que Santiago Abascal haya arañado un solo voto al PP tras exponer su ideario radical y atacar por tierra, mar y aire al Ejecutivo sanchista-comunista. Eso ya lo hace cada día en el Congreso.
¿Ganó Alberto Núñez Feijóo, protagonista en ausencia de las embestidas a uno y otro extremo del arco parlamentario? Yo diría que no. Las elecciones de este año no dependen de la postura ante la moción sino de la capacidad de los españoles para recordar los desmanes de Sánchez. La moción de censura de verdad surgirá, si surge, de las urnas.
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