Cuando la agenda es un camposanto
Sábado, 27 de abril 2019, 05:00
Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria?”. En el Rincón de la Victoria, el municipio de mayor bienestar y renta per cápita de Málaga. Allí ... vivía, “en edad de esquela”, 91 años, el decano de los articulistas. Setenta años atado a sus columnas, construyendo un formidable templo, que no hubo Sansón que intentara derribarlo. Se nos ha ido el gran Manolo Alcántara, que derrochó ingenio, como él decía, “vendiendo el cerebro a cucharadas”. Labor cotidiana, como la del panadero horneando sus bollos en la tahona. Había escrito: “Averigua quién te dio/ esas ganas de morirte./ Ha tenido que ser Dios, / ha tenido que ser Dios, /un día que estaba triste./ No tiene otra explicación”.
Como poeta, Alcántara está en el Parnaso; como periodista, entre los grandes; como cronista deportivo, haciendo esgrima con sus prodigiosos guantes de boxeo dialéctico, con Urtain; ¿como cristiano? Se coñeaba con agudeza de quienes están seguros de que se sentarán a la diestra de Dios Padre, “donde debe haber —comentaba—, overbooking, un barullo, a falta de acomodadores”. Como hombre bueno, estará cerquita del Creador, al que rastreaba: “Si otros no buscan a Dios/ yo no tengo más remedio; / me debe una explicación”. Y es que Alcántara tenía reproches para el Padre: “No digo que sí ni no,/ digo que si Dios existe,/ no tiene perdón de Dios”. No negaba que existiera, lo que no quería era parecerse al Cardenal Segura, del que Ortega y Gasset dijo: “¡Si será bruto, que jamás ha dudado de la existencia de Dios!”. Pero como creyente, confiaba en su reconciliación: “Yo no le guardo rencor./ Si le encuentro alguna vez,/ nos perdonamos los dos”.
Y en eso andarán ya Uno y otro, en perdonarse. Lo que ignoro cuál de ambos —aunque lo sospecho—, eligió para su muerte la víspera del Jueves Santo, mientras la Legión navegaba desde África hacia el puerto de Málaga, para rendir culto al Cristo de la Buena Muerte, en la Explanada de Santo Domingo. Era su Cristo de Mena. Había advertido “mi agenda ya es un camposanto” (como la de todos los ancianos, llena de cruces). ¿No es una hermosa coincidencia su adiós y el desfile del célebre crucificado? Digo “su Cristo” porque era Cofrade y porque fue su Pregonero en el año 2015, cuando se cumplían los cien primeros años de la Pontificia y Real Congregación, que él resumió en una sola palabra: Mena. En labios del ilustre pregonero recién fallecido, esa era “una palabra que encierra ilusión, hermandad, elegancia, pasión, cultura, historia, respeto, pero sobre todo, engloba mucho amor y devoción sin límites... Mena es Mena” (y la Legión, Legión). Manolo Alcántara no ejercía de “novio de la muerte”, pero sí murió “con las teclas puestas”, cerquita de su Cristo Legionario de Mena
No le conocí personalmente, aunque a punto estuve, por el común amigo Javier Villán, ahora afligido. Sí pude leerle y admirarle. Tampoco me charlé con él ningún Martini, su cóctel —y el mío—, predilecto. Los he ingerido con su gran amigo José Luis Garci, otro conocido martini-adicto, en la barra del salmantino Manolito Zaballos, “Tino’s”. A Alcántara le prologó su recopilación “Vuelta de hoja”, lamentándose certeramente José Luis: “¡Si yo pudiera enamorar las palabras un tercio de bien como lo hace mi hermano electo”! Añadió que Manolo es (era) “un género en sí mismo”. Otros dicen un “estilo”; algunos le llaman “clase”; yo digo sencillamente “magisterio”. Alcántara correspondió con Garci prologándole su librito “Beber de cine”, donde el malagueño compara agudamente el Dry Martini “con un cuchillo disuelto” (¡).
No sé quién dijo que si de Umbral nacían umbralillos, de Alcántara saldrían alcantarillas. ¿Entonces de Raúl del Pozo manaría agua? Pues no, del llamado “Mister Látigo” (El Mundo), salen latigazos; de Manuel Vicent (El País), vicentillos... corrosivos; y del bisturí de Ignacio Camacho (ABC), cachitos estupendos. Todos ellos firman columnas suculentas, para paladares que quieran consumirlas, como sabroso aperitivo del diario, o quizás de postre exquisito, porque son lo mejor de la Opinión patria.
Advierto hoy la cantidad de maestros que —¡ignorando todos ellos que eran míos!—, he ido amortajando en columnas melancólicas, agradecidas a su selecta prosa, en la que bebí y aún sorbo torpemente. No llegué a Larra, lástima, pero si a las despedidas de González Ruano, Jaime Campmany, Miguel Delibes, Carmiña Martín Gaite, Paco Umbral, José Luis Alvite, Rafael Martínez Simancas... Sin embargo no voy a llorar, porque Cristo acaba de resucitar y porque Alcántara estará con Él. En su honor sucumbiré a la esclavitud de nuestros idolatrados Martinis, “mas de uno y menos de dos”. ¡Salud!, profe.
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