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HAY un demonio en nuestra sociedad, en nuestra avanzada, civilizada y democrática sociedad, con el que nos hemos acostumbrado a convivir como uno más de la pandilla de amigos, como uno más de la familia, como uno más de nuestro mundo: la corrupción, un demonio que, como tan bien se describía en la película “Pactar con el diablo”, tiene múltiples formas y caras hasta haber colonizado todos los estratos sociales, no sólo el político. Siento ser tan directo pero la corrupción, el Mal, en definitiva, ha infectado mortalmente nuestras conquistas, nuestros sueños de un mundo mejor y más justo, hasta el punto que ahora mismo la libertad, la justicia y los valores democráticos sobreviven en un ambiente hostil trufado de truhanes de todo pelaje.

Los corruptos y quienes les protegen se han convertido hoy en parte de nuestro paisaje, un siniestro bosque que nos impide ver el debilitamiento de nuestro sistema, un enfermo terminal. Sí, por duro que parezca la democracia es un enfermo terminal y la separación de poderes una utopía con tintes de bacanal. Nos hemos acostumbrado al fiasco, al ladrón, al traficante de influencias. Es lo normal mientras muchos, y he aquí el problema, esperan su turno, conscientes que ni el trabajo duro y honesto ni Hacienda permitirán ganar los chorros de millones de euros que a diario prometen la televisión e Internet.

España, desde los tiempos de Carlos Solchaga y su fomento del “pelotazo”, es hoy un lodazal de dinero fácil y rápido al que se han ido sumando todo tipo de personajes, hasta llegar a la misma Jefatura del Estado para escarnio de quienes aún creemos en los valores morales y democráticos y en las ideas. Difícil respirar, y menos sin el amparo de una prensa fuerte que es la que tiene la obligación de velar por aquellos valores y de mantener una permanente tormenta de ideas. Si vemos, escuchamos o leemos los grandes medios de comunicación, no es difícil observar su dependencia ideológica y su radicalismo por mor de unas ideas manipuladas (ecología, estado asistencial, etc) o trasnochadas (Guerra Civil, franquismo, ultraderecha, etc). Las noticias son un entretenimiento, no hay fondo ni causas, sólo “show business”, como el que se traen con los refugiados ucranianos, que parecen mercancía comprada al peso...

Pero más allá del horror de Ucrania (y como diría Forges, no olvidemos Haití, Cuba, Venezuela, China, Siria, Libia...), nuestro próspero mundo se ahoga en las arenas movedizas de la corrupción de todo tipo, el robo a plena luz del día, las comisiones disparatadas o el pago de prostitutas y cocaína con dinero público, un clásico en la política andaluza... Ni nos damos cuenta, es lo normal; han hecho que la sociedad vea “normal” la corrupción y la impunidad, cosas de gente hábil para moverse por las alcantarillas, como la familia Pujol (¿qué fue de la familia Pujol y sus escandalosos delitos?), el presidente de la Federación de Fútbol, un pájaro solo con verlo; el impresentable de Piqué, o Luis Medina, otro niñato en un circo de miles y miles de delincuentes con mayor o menor botín pero disfrazados todos de “dignos”. Y botín es la palabra, porque España está siendo saqueada por sus políticos, por los políticos que miran para otro lado, y por tantos y tantos españoles que se sienten cómodos en el trapicheo millonario. Lo que vemos a diario, perdido en noticias que rápidamente desaparecen, es una orgía de atracos y desvergüenza, pero lo más triste y preocupante es que ya muy pocos exigimos que pare esta sangría de latrocinio, pues está en juego muchísimo más que nuestro bienestar. Nos jugamos el ser o no ser del sistema y sus bondades, su colapso.

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