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En esto del cambio climático hay, como en todo fenómeno, sus exageraciones (“emergencia climática” son los términos que ya han colado los apocalípticos de turno) y también tiene sus protagonistas exhibiendo ante el público su teatro, inevitable en esta sociedad del espectáculo. ¿Qué le parece a usted, amable lector, el caso de esa muchacha sueca que ha dejado la escuela para dar lecciones ecologistas por el mundo?

Pero no sólo son exageraciones mediáticas, también suelen ser académicas. Por ejemplo, el profesor de la Universidad de Exeter Tim Lentom publicó no hace mucho en la revista Nature que ya habíamos superado el punto de no retorno. Pura especulación que Bjorn Stevens (director del Instituto Max Planck) reduce a nivel de mero comentario: “Ha escrito el artículo pensando en lo peor que podía suceder... también puede caernos encima un asteroide”. Y en cuanto al espectáculo, ahí tenemos a la citada Greta fotografiándose en un catamarán del lujo a su llegada a la “antigua y señorial” Lisboa.

Pero algo sí está bien claro: hay que reducir las emisiones de CO2 (y viajar menos en avión, añado yo). Para empezar, ¿por qué no prohibir los viajes low cost?

Sea como sea, la mayor absorción de las radiaciones reflejadas en la superficie terrestre y la reducción de la salida de calor al espacio producen un mayor calentamiento del planeta. Hay datos y observaciones científicas que permiten asegurar sin discusión posible que esto es lo que viene ocurriendo desde la revolución industrial.

Son los combustibles fósiles los que más contaminan, pero lo más grave es que esta energía está doblemente subvencionada. Por una parte, no reflejan en su producción y venta los costes medioambientales y, por otra, porque en 2017 los combustibles fósiles recibieron de forma directa más de 300.000 millones de dólares de subvenciones. De esta última cifra, el 30% corresponde a los países del G-20, es decir, los países más desarrollados, que demográficamente están muy lejos de ser mayoritarios.

Las variaciones que se pueden observar en estas cifras de un año a otro están, básicamente, asociadas al descenso de los precios internacionales de la energía y no a un cambio de la política de subvenciones. Todo ello, pese a los reiterados llamamientos para “racionalizar y eliminar a medio plazo los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles que fomentan un consumo desproporcionado”. Pero ya se sabe que el infierno está empedrado de buenas intenciones.

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