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Hace veinte años, Almudena Ramón Cueto, investigadora del CSIC, dio una conferencia de prensa y puso una película en la cual nueve ratas parapléjicas a las que se les había seccionado la médula espinal e injertado células del bulbo olfatorio de su nariz volvían a andar e incluso subir por una pendiente enrejada y mover sus cuartos traseros. El trabajo estaba firmado por varios colegas del Centro de Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid y venía avalado por la prestigiosa revista Neuron. Allí se decía que se estaba muy cerca de poder solucionar las lesiones medulares, pero todo quedó en nada a la hora de las aplicaciones en humanos. Y es que hay experimentos que funcionan bien en animales pero no en humanos.

En mayo de 2018 Almudena Ramón fue detenida en Valencia, acusada de estafar hasta un millón de euros. En efecto, enfermos medulares y sus familias habían entregado mucho dinero para la investigación. Almudena Ramón fue puesta en libertad con cargos y acusó a sus denunciantes de “conspiración” (así lo publicó Las Provincias). En cualquier caso, la investigación por estafa sigue abierta.

Para el investigador Ramón Ávila, “La ciencia no es como las películas de Hollywood con final feliz. Nunca se acaba, no hay verdades absolutas”.

Otro investigador del CSIC, Pere Puigdomènech, cree que la situación se podría haber evitado con un mayor control por parte de los organismos científicos.

Hay un interesante libro del historiador italiano Federico di Trocchio titulado “Las mentiras de la ciencia” (Alianza Editorial). Según el autor, Galileo “nunca realizó alguno de los célebres experimentos que él mismo describió, como el de arrojar objetos de diferente peso desde la torre de Pisa. El mismísimo Newton robó la idea de la ley de la gravedad a Robert Hooke; la historia de la manzana cayendo como fuente de inspiración para describir la gravedad, explicada por su sobrina a Voltaire, nunca existió”.

Cada año se publican en el mundo un millón de artículos científicos en casi 30.000 revistas. Se sabe que entre el 1 y el 0,1% son publicaciones con graves errores. Es verdad que las revistas científicas se están poniendo más exigentes y no les tiembla tanto la mano en retirar lo publicado y explicar la metedura de pata. Detrás de estos errores hay empresas. Hace un par de años la multinacional Monsanto fue condenada a indemnizar con 289 millones de dólares a un jardinero estadounidense que usó sus herbicidas y terminó sufriendo un cáncer terminal.

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