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China. No es oro todo lo que reluce

Domingo, 28 de junio 2020, 05:00

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En China alcanzó su imagen imponente entre 2008, cuando fue la anfitriona de los Juegos Olímpicos, y siguió en 2010, con la celebración en Shanghái de una exposición universal. Todo en aquellos fastos asombró a una opinión mundial acostumbrada a ver en China su atraso. Desde entonces, la República Popular ha dado pasos firmes hacia arriba, siendo hoy la segunda potencia económica mundial. Deng fue su motor, pero también el responsable de la matanza de Tiananmen (1989).

A la imagen poderosa que del país han forjado en Davos y en otras instancias globalizadoras también han contribuido académicos e intelectuales famosos, que resaltan la agilidad y la eficacia con la que se despachan allí los asuntos de interés general.

Julio Aramberri, que fue un muy querido profesor en España, emigró a China, donde se ha convertido en especialista en “chinología”. Es él quien asegura que desde 2017 se ha implantado en China la idea con la que Graham Allison titulaba su famoso libro sobre la trampa de Tucídides, es decir, que el ascenso de China, como sucedió con el de Esparta en la Grecia del siglo V a.C., conlleva el peligro de una guerra si el poder dominante -Atenas entonces, Estados Unidos ahora- responde a su reto de forma agresiva, intentando refrenar esa ascensión. Quizá por eso, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, China ha dejado ver sus pies de barro.

A ello se ha llegado por los errores cometidos ya en tiempos de Ho Jintao, el anterior gobernante, que en un momento dado –siempre según Graham Allison- viró en el manejo de la economía, desde una posición favorable a los empresarios privados a otra de creación de campeones nacionales. Centenares de empresas designadas como estratégicas obtuvieron subsidios estatales masivos. Una vez más, Pekín volvió a proteger a las empresas del sector público y las privadas repentinamente experimentaron dificultades para obtener capital. De hecho, las grandes empresas exportadoras son casi todas públicas.

Por otro lado, el sistema político comunista, pese a los cambios que se introdujeron tras la desaparición de Mao, sigue siendo una fábrica de burócratas ineficientes. Se produjo así una contrarreforma a favor de las empresas públicas burocratizadas junto a la falta de libertades públicas. No parece que sin otros impulsos pueda haber cambios y si llega a darse una evolución democrática será con el paso del tiempo y, seguramente, de un modo más o menos traumático.

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