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Escribe quien perteneció a un partido político que desapareció, la UCD, por pasar de 165 diputados a solamente doce (1982), que no es lo mismo que perder 71 escaños —como yo me quedé sin abuela—, pero salvando 66, como acaba de sucederle al PP. Seguramente tiene razón García Margallo cuando dice que el jardazo que se han dado los populares obedece a tres “Ces”: Crisis, Corrupción y Cataluña. Sin embargo soy de los que opina que renacerá en los comicios del día 26, entre otras razones porque muchos hijos pródigos regresarán al hogar; quienes votaron con las tripas, tirando a la papelera su voto, considerarán suficiente el castigo infligido; porque es un partido de fuerte implantación —desde luego en Castilla y León— usualmente con candidatos buenos y próximos; y porque las listas son extensas (no de tres o cuatro) y casi todos los votos serán útiles. De tal suerte que no tendrá tanta importancia como el pasado 28 que el centro-derecha presente tres listas distintas (en decenas de localidades solo haya lista popular). Los restos serán restitos.

Lo dijo Mañueco el miércoles en Lerma, Burgos: “Un nuevo PP se impondrá al resto el 26-M”. Añadió que “empieza un nuevo partido”, no sé si empleando un símil futbolístico, asumiendo el papel del Liverpool goleado en el partido de ida por el Barcelona, o nuestro Avenida de baloncesto femenino, vencido por el Girona, en ejemplo que me resulta muy ingrato. Y es que solo se puede dar por muerto a un partido cuando esté bien enterrado, como el CDS, la UPyD de Rosa Díez... Pero también es arriesgado descartar a un político. Hay que poner en su desaparición el mismo empeño que animó a los perseguidores de Rasputín, que no moría ni a tiros, y nunca mejor dicho.

Uno solamente cree en la resurrección de Lázaro, y en lo que humanamente llamamos “la vuelta a nacer” del infartado Iker Casillas, o de esa salmantina a la que acaban de librar del tercer navajazo mortal de un canalla, unos ciudadanos ejemplares. No creo en la vuelta a la cosa pública de gentes como Rato, Fabra o Camps. Tampoco es difícil afirmar que la buena de Rosita Valdeón (a cuyo nombre puede añadirse el de la indigna Silvia Clemente) ha concluido su carrera política. Aunque también creímos en los ochenta que otro zamorano, Demetrio Madrid, era ya un zombi, pero fue absuelto y ahí sigue enredando.

¿Recuerdan ustedes a aquel presidente dominicano nonagenario del siglo pasado? Su lema era “mientras Balaguer respire, que nadie aspire”. Ahí sigue en Cuba la sombra de los Castro, “mientras los Castro alienten no te presentes”; en Venezuela el heredero de Chaves, “mientras siga Maduro, fúmate un puro”; y en España hemos asistido, recientemente y en pocos años, a la defenestración de Pedro Sánchez —que creímos amortizado—, y a su reaparición y entronización en Moncloa. Conviene recordar esto a los comentaristas que dan por liquidado a quien solo lleva meses liderando el PP, del que se podría decir “como continúe Casado, no le des por sepultado”. Y ojito, que la suma de los votos del centro y la derecha fue muy superior a los de la izquierda y la progresía. Pero la guerra entre PP, Cs y Vox, y el señor D’Hont, impidieron que tal diferencia tuviera su reflejo en el número de escaños.

Así que no enterremos mal o antes de tiempo al PP, sobre todo en estas latitudes, donde sale un islote charro de color azul en el mapa de España, con el resto en rojo. Tampoco es necesario el cadáver del Cid atado a la silla de “Babieca” para ganar las próximas batallas. Las listas del PP, en lo que uno conoce, son sin duda las mejores, en todo caso para la administración de la autonomía (con muchas competencias transferidas, que no precisarán de un gobierno hostil) y, de cada municipio de esta región, la mas extensa de Europa. Por eso, cuando leo a otros opinantes o escucho a contertulios supuestamente sabios, me dan ganas de advertirles: “Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”. Es la misma cita que empleaba frecuentemente aquel buen periodista salmantino, Paco Casanova. El conocido sarcasmo procede de “La verdad sospechosa” de Ruiz de Alarcón, del XVII (luego pasado por Corneille y traducido para España). Y se refiere a un personaje “muerto”, cuya masa encefálica fue esparcida por el campo... Pero, mira por cuanto, el difunto apareció sano y salvo. Pues cuidadín. Y me dan ganas de añadir que en el resto de candidaturas resultan pavorosas la falta de experiencia, y el sobrado “quítate tu pa ponerme yo”.

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