Bajada de pantalones
Empezaré esta entrega, querido lector, con algunas citas de lo que en el pasado dijo Pedro Sánchez acerca del Procés: “Clarísimamente ha habido un ... delito de rebelión y de sedición”. “No voy a permitir, con todos los respetos hacia los votantes de Esquerra Republicana, que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas”. “Aquellos que hoy ensalzan a Otegui y le llaman hombre de paz, convendría que recordaran a Ernest Lluch”. “No pactaré con el populismo”. En fin, que las palabras de Sánchez se las llevó el viento y ahora ha decidido indultar a los golpistas catalanes en contra de las opiniones de la Fiscalía y del Tribunal Supremo, poniendo así en cuestión las más elementales normas de la convivencia democrática. El preceptivo informe del Tribunal Supremo es demoledor y deja claro que los indultos sólo pueden ser parciales y no pueden servir para los indultados vuelvan inmediatamente a ocupar cargos políticos. Lo han dicho los condenados: sólo quieren la amnistía, prohibida en la Constitución.
Sinceramente, me cuesta creer que Sánchez se atreva a despreciar a tantas instituciones imprescindibles en cualquier democracia, aunque lo único evidente es que lo que Sánchez quiere es seguir en La Moncloa por encima de todo y de todos. Pero a la legislatura le quedan treinta meses, y no es posible soplar y sorber durante tanto tiempo.
Las elecciones en la Comunidad de Madrid, fruto de una operación murciana tan desestabilizadora como fallida, hicieron salir a la luz una bolsa de malestar político que se incubó en la sociedad durante todo el año de la pandemia. El malestar tiene su origen en la naturaleza de las alianzas que Sánchez eligió para gobernar; y se cebó durante meses por su forma de ejercer el poder durante el periodo más traumático que hemos vivido desde 1975. Claro que con esos compañeros de viaje no se puede gobernar de otra manera.
Más allá de toda esta basura hay una ruptura entre lo que España necesita y lo que el Gobierno ofrece. La quiebra es objetiva, pero también subjetiva: en sus tres años como presidente, Sánchez no ha cesado de someter la política española a constantes prueba de estrés, de introducir una tensión sostenida, reñida con el sosiego. Y no es solo por sus socios, es probable que Sánchez solo sepa concebir la acción política desde una óptica binaria y divisiva. En suma, Sánchez es un político enemigo del necesario entendimiento que requiere la convivencia democrática.
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