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Ante el Cristo de Cabrera

Miércoles, 14 de agosto 2019, 05:00

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Quién no tiene una joroba y un gran saco de lágrimas?, se preguntó León Felipe. No pidió que levantara el dedo, para no quedarse sin ... clientes. Todos vamos por el mundo “de congojas henchidos”, como los que peregrinamos a ese Cristo del campo charro - que tanto impresionó a Unamuno -, para “cerner los pesares”, a cribar en su compasivo cedazo las penas usuales de las más gruesas, imprevistas, dolorosas. El Cristo de Cabrera lleva varios siglos cerquita de Las Veguillas, reconfortando cofrades, devotos y visitantes ocasionales. Si a mediados del XIX mi bisabuelo Bermúdez de Castro – de “Mora de la Sierra” -, logró de varios prelados indulgencias; si ante Él mi abuela paterna recibió los dos sacramentos más importantes, su bautismo y su matrimonio, conservando hasta su muerte la devoción; si al menos en dos ocasiones, las monjas del palomarcito de aquel Carmelo, pasaron la noche en vela por mi culpa, comprenderán que vaya con cierta frecuencia a remecer mis pesadumbres bajo sus plantas. Me gusta hacerlo a solas y cuando Él también está solo. Para que nadie me lo distraiga, que digo yo que me hará más caso, y no suceda lo que, con la madre del cuento de Magín, que o no supo explicarse, o al Cristo se lo distrajeron y quedó preñada su hija, sí, pero no la casada, sino la soltera.

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