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Ahora resulta que todo es líquido. El sexo, el amor y hasta las buenas intenciones. O fluido que viene a ser lo mismo. La universidad de Málaga se ha puesto a indagar en el fondo de nuestros corazones y ha concluido que ya no estamos dispuestos a querernos como antes. O que tal vez nosotros, los mayores, sí, pero nuestros hijos, de ninguna manera.

Ellos siguen pretendiendo emparejarse, pero no para toda la vida y menos con papeles y bendiciones. Han asumido que la vida es larga y que el amor debe durar “mientras fluya”. Los amantes deben continuar teniendo sexo, pero pensando en él de manera fugaz, como parte de la erótica de lo cotidiano y sin que suponga tener un proyecto común.

Tampoco los hijos han de ser cosa de dos. Me pregunto por qué el estudio, financiado por la Fundación BBVA (que no deja de pertenecer a un banco) no incide en la importancia de la economía en la consideración de las nuevas parejas. Como si tantas de ellas no siguieran apartando el concepto de “amor fluido”, a cambio del de la comodidad. Dejando de lado el asunto de los dineros, que no se ha tocado, pero que no se puede negar (el mundo se divide entre ricos y pobres, las penas con pan son menos y el amor a las pertenencias se sigue canjeando por el amor que fluye y por el que no), lo que determina el estudio es que los comportamientos amorosos del presente/futuro tendrán que ser fluidos.

Y que en el momento que dejen de fluir, cualquiera de sus integrantes, sin pensárselo dos veces, los abandonarán y los cambiarán por otros. Está claro que se trata de una ruptura de los valores tradicionales. Y bueno, se han roto tantas cosas de antes para bien y para mal, que por un lado me resulta liberador y por otro descorazonador.

Por eso quiero apuntar a esta fórmula de lo fluido, que hay veces que los líquidos se congelan y no corren si no se le da calor; que entre los fluidos los hay sanadores y venenosos; que a veces lo que fluye demasiado se escapa sin querer; y que donde mejor se conservan los fluidos es en recipientes, que hay que cerrar para evitar que se evaporen.

Y dicho esto, ojalá que este discurso de lo fluido (que no es nuevo, por cierto, ya a finales del XIX hay ejemplos y representantes y tal vez muchos siglos antes, la propia Sao en Grecia fuera uno de ellos) no acabe con la posibilidad de que sigan existiendo amores para toda la vida.

De esos que pasan por crisis, por apatía e incluso por dispersión, pero por los que merece la pena luchar por reconstruir cuando se resquebrajan. ¿Para siempre? Mientras compense (y recompense), que no necesariamente quiere decir lo mismo que “mientras fluya”...

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