Amistades peligrosas
Sábado, 27 de julio 2019, 05:00
Afortunadamente sucedió lo que el sentido común exigía. Sánchez y su “socio preferente” chocaron estruendosamente sus cornamentas y adiós investidura. Iban de “puto a puñetero”, ... como escribí el miércoles —lo que algunos me reprocharon—, como era evidente y pasó lo que tenía que pasar. Y es que el presidente en funciones, que encarna el sanchismo —que no es lo mismo que el socialismo—, frecuenta las llamadas amistades peligrosas, por emplear el acertado título que en francés lleva una célebre novela de hace más de dos siglos. Aunque con la expresión peligro me quedo corto, porque el señor Marqués de Galapagar —antes indignado de Vallecas—, de una dinastía de “prendas”, tercera generación de “amigos” de España, acarrea más inseguridad que un mono con una navaja barbera. Me remito a las hemerotecas. No es extraño que con su chispa habitual, Alfonso Ussía, se pidiera para él “el penal de Santoña”, si triunfaba el pacto y la investidura.
Más modestamente uno no gritó ¡socorro!, pero pensó en un exilio portugués y se encomendó a la Virgen de la Vega, imaginando lo que nos esperaba a los españoles y —ojo—, todavía amenaza para septiembre. ¿Qué puede esperarse de los dos negociadores? Echenique, ese argentino que le debe todo a España, incluida la silla de alta gama con que deambula, que sustrajo a la Seguridad Social que le colma de ayudas la cotización de su asistente, al que pagaba en negro hasta que le cazaron. Es de esa clase de argentinos que como escribió el gran Borges —“sin alegría y sin ira”—, tienen “una picardía desinteresada; ante un reglamento... se pone a conjeturar de qué manera podría burlarlo”. Y doña Carmen Calvo, nada menos que vicepresidenta, que se ridiculiza a sí misma, y que como acabo de escuchar a un ilustre miembro de la Magistratura “me gustaría saber quién le regaló el profesorado de Derecho Constitucional”. Y de mediador espontáneo ¡Rufián! —no insisto en el apellido—, que es separatista radical, agresivo, que apenas oculta su odio a España y al Rey. Y se mostró con una falsa ternura, regalando a los dos gallos de la pelea unos cuentos escritos desde la cárcel por su jefe Junqueras, pobrecito, si solo dio un golpe de Estado, le encerraron y no puede contárselo a sus pequeñuelos. Este régimen fascista continuador de aquel que encerró a otra prenda, el salmantino Marcos Ana, que después de asesinar a tres charros (cura, agricultor y cartero), pobriño, imploró poéticamente desde la churra “Decidme cómo es un árbol”. Enternecedor.
Y a la espera del pacto, para subirse al carro y cooperar al destrozo de una nación de quinientos años, la cajera de supermercado y vicepresidenta in pectore; varios presos por sedición y yo opino que por rebelión; el huido de la Justicia, Puigdemont; el etarra Otegui y sus secuaces; los aprovechateguis del PNV... y otros españoles de pro, vamos, de pronóstico reservado. Entre todos ellos iban a hacer “la segunda transición”, que no es más que “a tomar por culo la bicicleta”, como dice expresivamente para otros lances (y se le oye en los directos) el seleccionador de las chicas del baloncesto. O sea, el entierro sin honras de la primera y única transición —elogiada por todo el mundo menos ellos—; derogar la Constitución del 78 —la única de TODOS de nuestra larga historia constitucional—; proclamar la Tercera República —con la pavorosa historia y final de las dos primeras—; y, en resumen, descoser España federalmente, diciendo adiós sucesivamente a Cataluña, País Vasco —con Navarra—, Galicia... Todo eso nos jugamos ayer y queda para septiembre con el peligroso okupa de La Moncloa explorando cómo seguir en el palacio caiga quien caiga.
Felizmente, el plan fracasó por la hispana e insana costumbre del individualismo, las luchas personales. Lo ha resumido mejor que nadie el cómico salmantino Quequé: “Hay algo que a la izquierda le gusta mucho más que luchar contra el fascismo y es combatir entre ellos” (yo sustituiría, señor de Miguel, el desgastado “fascismo”, que no se les cae a ustedes de la boca, por “la derecha”, pero tiene razón). El apellido verdadero del partido de Alberto Garzón es “Izquierda Desunida”; el de Iglesias, “Desunidas Podemos”. En esta provincia hay un ejemplo clamoroso del triunfo de los egos en la izquierda — que uno llama izquierdorra—, la lucha encarnizada por el protagonismo y el mini-poder: las concejalas de lo que fue Ganemos, pocas (exactamente dos) y mal avenidas, incapaces de hacer grupo-grupito, ambas en el grupo mixto y cada una portavoz de sí misma.
Si Sánchez sigue cultivando este verano sus peligrosas amistades, Dios nos coja confesados en septiembre.
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