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La llegada de la televisión, la entrada en las casas del agua corriente y la aparición de las primeras neveras son tres de los recuerdos que tengo guardados de mi infancia. Y los tres están más que relacionados estos días. A mi pueblo, Adanero (Ávila), llegó el agua corriente a las casas, y el saneamiento, en la década de los setenta. Hasta entonces una de las principales tareas que tenía encomendadas era coger la carretilla con los cántaros y acudir a rellenar estos últimos de agua a la única fuente que había. Todos los días me tocaba echar varios viajes.

Para lavarnos utilizamos la palangana; para bañarnos, solo en fechas señaladas, los recipientes de latón; y, para las necesidades fisiológicas, el corral durante el día, en un rincón convenientemente acotado, y el orinal (recomiendo la visita al museo de Ciudad Rodrigo) por la noche. Solo quién lo haya vivido puede entender lo que supuso la entrada del agua corriente en las casas, que terminó con la sequía domiciliaria y los viajes a la fuente con la carretilla y los cántaros.

Casi medio siglo después, la sequía sigue en el campo y en muchos pueblos, a los que hay que abastecer con cisternas. Y este problema, el de la sequía, no es la típica serpiente de verano.

La llegada de la nevera, o el “frigidaire” como decían los cursis entonces, fue otra revolución. Había dos tipos, la que solo servía para conservar mejor los alimentos mediante el frío, y las más avanzadas, que tenían un pequeño apartado, el congelador, con unas bandejas, que en verano rellenábamos todos los días de agua varias veces para fabricar los cubitos de hielo.

Pero ¿qué dice usted, hombre, hacer hielo en casa, con lo fácil que es ir al súper? Pues sí, aunque no lo parezca, estos electrodomésticos han evolucionado mucho en los últimos años y ahora la mayoría de ellos fabrican hielo como churros. Solo hay que molestarse un poco. Por eso no entiendo muy bien el lío que se ha montado ante la escasez en las tiendas de las bolsas con cubitos. Si se va a dar una fiesta en casa, pues sí que será necesario, pero en circunstancias normales, no debería hacer falta, salvo en la hostelería. Me parece la típica serpiente de verano.

Y, ¿qué aparato nos alerta de la falta de suministro de cubitos de hielo? Pues, entre otros, la televisión. Recuerdo perfectamente la llegada de los primeros televisores al pueblo. En casa de mis abuelos apareció uno, de la marca Enodyne, y allí se concentraban amigos y vecinos para ver, sobre todo, las corridas de toros, que entonces levantaban una gran pasión entre los partidarios de El Cordobés y los de Santiago Martín “El Viti”. Ahí nació mi afición, que ha pasado a mejor vida hace un quinquenio. ¿Por qué? El compañero Javier Lorenzo lo explicó perfectamente en su columna del miércoles titulada “se quedarán solos”. Sólo tengo que decir: ¡amén!

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