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Hace 20 años, en Salamanca, la doctora Elena Ginel fue asesinada por un paciente. Su hijo pequeño tenía entonces cuatro años. Hoy es titulado en Medicina por la Universidad de Salamanca, y ha obtenido una de las mejores calificaciones de España en el examen MIR. Declara a este periódico que, a pesar de la temprana pérdida, su madre sigue siendo para él “un referente”: en la distancia le sigue motivando para forjar su trayectoria profesional.

En 2019, la selección española de baloncesto se proclamaba campeona del mundo, y Ricky Rubio fue nombrado el jugador más valioso del torneo. Al terminar la final, cuando habló sin el balón entre las manos, sus palabras tuvieron una especial destinataria: “Perdí a mi madre hace tres años. Ella me apoyaba cada día para que sacase lo mejor de mí. Sé que nadie en este mundo me ha querido tanto como ella. Aún me guía cada día. Incluso ahora que no está, puedo sentirla”. Ya ven. El héroe deportivo habla de su particular heroína. Él sabe, de sobra, quién es su auténtica MVP.

Fernando Savater, en el libro Mira por dónde, dedica un hermosísimo capítulo a su madre: “Creías en mí, en la fuerza que había en mí; mejor dicho, en mi llegó a haber cierta fuerza porque tú me convenciste de que creías en ella”. Y añade: “te debo radicalmente mi alegría”. Cuando publicó su autobiografía razonada aún no le había alcanzado ese enorme hachazo que marcaría desde entonces su vida (el fallecimiento de Sara Torres, su mujer). Por eso, quizá hoy Savater redactaría el texto de otro modo, pero su testimonio sigue encerrando sobrada vigencia. Ese inmenso privilegio de saberse querido por la madre, implica un decisivo “empellón” que te dará impulso para siempre: “Cuando las cosas han comenzado tan estupendamente, nada sabrá nunca ya ir mal del todo”.

Tres ejemplos, entre muchos. El próximo domingo es el Día de la Madre. Y como lo obvio conviene que no sea obviado, me parece de justicia subrayarlo: son innumerables las madres que posibilitan el brillo a quienes luego vemos brillar (y me refiero también a personas más anónimas, que desde luego irradian su luz en ámbitos domésticos y privados). Podría citar a madres de amigos. Y a madres que son amigas. Y a madres que son colegas y compañeras de trabajo. Y a madres que son familia. Y a madres que seguirán siéndolo, a pesar de que la desgracia les arrebatase su criatura. Como no cabrían tantos nombres, me permitirán que acabe aludiendo a tres madres que encierran una especial significación para mí: mi madre, mi hermana y mi pareja, madre de nuestros hijos.

A todas las mamás, pues, felicitación, homenaje, reconocimiento y gratitud.

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