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Jordi Tur (27 años) replicó en el minuto 44 del partido de este pasado sábado en el Reina Sofía, frente a la SD Tarazona, la durísima imagen de Roberto Baggio en aquella inolvidable final del Mundial del 94. El mentón posado sin consuelo sobre el pecho, la mirada hundida en el césped. Sin levantar cabeza, aunque a diferencia de aquel penalti fallado ante Brasil su roja no significara el final de nada. Unionistas sumó un punto y le restan todavía los 90 minutos finales frente al filial del Barça por la salvación.
¿Cómo está el jugador después de sufrir en carne propia la acción que marcó el partido de su equipo?
—Bueno... Tengo que estar bien porque sé que es parte del juego y son cosas del fútbol. Son decisiones que uno toma en el campo en milésimas de segundo y, la verdad, por la posición que ocupo no suelen ser tan claves en los desarrollos de los partidos. Pero esta vez, por desgracia, sí fue así.
¿Y la persona?
—Pues yo estoy bien, estoy animado emocionalmente y profesionalmente también. Estoy seguro de que lo conseguimos, de que acabaremos salvándonos. Me ha ayudado mucho haber recibido tantos mensajes de apoyo de nuestra gente.
Sabe que es no es lo normal, ¿no?
—Sé que sí lo es en Unionistas. Lo he dicho muchas veces, me siento muy identificado con este club y que me lleguen estos mensajes lo que hace es reforzarme ese sentimiento de pertenencia.
Con los mensajes y todo, entiendo que le ha tenido que dar vueltas y vueltas a la jugada.
—Pues sí, para que engañarnos. La noche siguiente te la pasas sin dormir y viendo la jugada repetida mil veces. Pude haber tomado muchísimas otras decisiones y aposé por esta y me equivoqué. Solo sé que esto me sirve para mejorar; aunque ojalá este aprendizaje hubiera llegado en otro momento, claro.
¿Por qué decidió frenar en seco a Luis Rivas?
—Pues mira: cuando veo que el balón me supera, que el rival va al espacio y que Iván (Martínez, el portero) tiene que retroceder. Me sale desestabilizarlo porque siento el peligro. Aunque es verdad que, sinceramente, no creo que el agarrón fuera tan fuerte. Él cuando nota mi contacto va al suelo.
Las dos imágenes que deja tras ver la roja desgarran al estadio: la de estar hundido de pie cuando el árbitro le muestra la roja y cuando luego vuelve a caer al césped. ¿Se acuerda de lo que le pasa por la cabeza?
—En cuanto cae sé que puede venir la roja, pero no estaba cien por cien seguro porque el balón va en dirección a banda y no a portería. Cuando la vi fue un momento muy jodido, mucho. Luego, el gesto de sentarme, surge porque el banquillo me pide tiempo para reestructurar al equipo en esos momentos de tanta incertidumbre.
¿Cómo fue ese descanso? ¿Qué sucedió en el vestuario?
—Pues fue, dentro de todo lo malo, reconfortante, porque mis compañeros, todos, me mostraron su apoyo. Sabiendo que ese momento era especialmente difícil para mí se cargaron de culpas que no le correspondían. Sinceramente, la culpa fue mía al cien por cien.
¿Cómo vivió la segunda mitad, sabiendo todo lo que había en juego?
—La verdad con un orgullo tremendo. Me enorgulleció mucho ver cómo el equipo supo mantenerse físicamente e incluso que tuviéramos ocasiones para haber ganado. Pero, sobre todo, con muchos nervios. No sabía que en la grada se pudieran pasar tantos, quería tirarme de la grada para abajo a cada momento.
¿Ahora le vienen 90 minutos de igual o mayor tensión?
—Sé lo que me espera, pero ya no me pillará de sorpresa como entonces, porque fue todo muy rápido.
¿Cuándo asimila, de verdad, que no podrá estar en la final de Barcelona?
—Desde el primer momento. De hecho, la actitud desde estar en la grada es la de ayer desde fuera. Creo que puede aportar mucho durante la semana y también durante el partido, al que acudiré igualmente como toca. Creo que puede aportar muchísimo, como yo siento que lo hace conmigo el cuerpo técnico en los partidos que he jugado. Sé que desde ahí puedo sumar.
El fútbol tiene historias tan crueles que le fuerza a salvarse frente al club en el que creció y vivió varios de los mejores momentos de su carrera.
—Ha sido de caprichoso el destino. Dicho esto, no hay amigos en este momento. Habrá que ganar y lo celebraré como si fuera la Champions.
Es que para usted, su club y su afición la salvación sabrá a eso. No hay partido más importante.
—Efectivamente, cada uno juega por lo suyo.
Dentro de este ambiente de pesadumbre, hay un dato que Acciari se empeñó en reforzar nada más acabó el choque: «Dependemos de nosotros mismos». Con el paso de las horas, qué importante será.
—Sí, sí. Dentro del vestuario lo vemos así y cuando lo hemos hablado siempre era una posibilidad que queríamos que pasara, dentro de lo duro que es jugársela en la última jornada: si teníamos que llegar a esta jornada así, que fuera de esta manera. Casi todos los equipos implicados en el descenso se cambiarían hoy por nosotros, esa ventaja hay que aprovecharla.
¿Cuál es su grado de confianza en la victoria, en la salvación?
—Mucha, muchísima. Tengo una confianza ciega en el equipo. Sin ninguna duda lo vamos a conseguir.
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