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No importa, o sí, o quién sabe. O a lo mejor es lo que se busca, que no comamos carne. Y no comemos tanta, si está cara. Y la carne está cara y más que lo puede estar. El objetivo de la Unión Europea, nada escondido, es que comamos menos carne. Y para eso hay países que no ven mal un impuesto, para que esté más cara; o darnos el susto del etiquetado, al estilo cajetilla de tabaco; o decirle al ganadero que se vaya y con paguita. Eso en la Unión Europea.
Y luego está España, donde no hace tanto que Pedro Sánchez defendió el chuletón. Y hace mucho menos que el ministro Planas defendió la industria cárnica. Y aún menos que el Ministerio publicó un informe que alaba los enormes beneficios económicos, sociales y medioambientales que supone el sector cárnico. Y ahí ya te lías, porque cómo puede ser lo anterior y, a la vez, que la Unión Europea diga que hay que comer menos carne para reducir una barbaridad el CO2. Y, a la vez, que no comamos carne de la de ahora pero sí artíficial, y ahí están Estados Unidos, Singapur e Israel apoyando el nuevo negocio. Y España, bipolar en el tema de la carne. En Bruselas una cosa y aquí, otra. E Italia, en cambio, con las ideas muy claras: nada de carne artificial y nada de etiquetados con la palabra carne cuando ahí no hay carne que valga.
Y dentro de este panorama están los ganaderos, que viven una situación desconocida para la mayoría. Ahora un ganadero pide lo que sea y se lo dan. Y se lo dan porque hay pocos terneros, cerdos y ovejas.
Y hay de todo muy poco porque hubo covid y cerraron explotaciones; hubo sequía y cerraron más; invadió Rusia a Ucrania y demasiados se endeudaron para pagar el pienso; y luego atacó la EHE y otras también dieron carpetazo; y ahora hay menos vacas y y el que iba a vender cuatro terneros, este año sólo tiene uno. Y el que pretendía vender esa ternera, la deja como futura madre. O la vende para aprovechar el precio y entonces su explotación sigue sin recuperar efectivos.
Y ocurre que los ganaderos vienen a tener más de 50 años y en el momento en el que vienen mal, se marchan. Y ahora están los compradores, que pagan lo que les pidan porque tienen que cumplir con sus clientes; y los cebaderos, asustados, porque compran el ternero a 1.000 euros y a saber, después de cebarlo, por cuánto lo podrán vender; y están los mataderos desesperados porque sacrifican menos y sus plantillas no están para pocos volúmenes; y ni siquiera los ganaderos están contentos porque apenas pueden aprovecharse del precio porque tienen poco. Y está la exportación porque en Europa todos estamos más o menos. Y con tan poca carne, el precio sube. Y si sube, el consumo baja, porque a ver quién la paga. Y se consigue el efecto que busca Bruselas, el de que no comamos tanta carne.
Y si se quiere ayudar, no se entiende cómo siguen desaparecidos esos 15 millones que prometió el ministro por la EHE. Y cómo se sigue sin medidas de relevo. Y la carne, cada vez más cara, en el camino del aceite. La diferencia es que esto, lo de la carne, no se sabe si preocupa.
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