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Alejandro Sánchez, en la granja de vacas de leche que tiene junto a su familia en Villoruela.
«No puede ser que nos paguen el litro de leche a 40 céntimos»

«No puede ser que nos paguen el litro de leche a 40 céntimos»

Alejandro Sánchez es de los pocos jóvenes que ha decidido dedicarse en Salamanca a las vacas de leche, sector que pierde granjas cada mes. Cumplirá 23 años en noviembre y ya sabe lo que es tener que vender «a lo que nos digan»

Susana Magdaleno

Salamanca

Miércoles, 8 de mayo 2024, 19:42

Alejandro Sánchez es de Villoruela, cumplirá 23 años en noviembre y ya lleva dos trabajando en la granja familiar de vacas de leche junto a su padre, Roberto. De sus amigos, ninguno se dedica a la ganadería, sí a la agricultura, a la que él también. Y Alejandro tiene clara la razón: «Es imposible empezar en esto desde cero porque necesitas una inversión muy grande, a lo mejor casi un millón de euros». Y cuenta que es necesario el terreno, la nave, al menos un tractor y, por supuesto, las vacas. «Si no tienes una base, es inviable», explica.

Él en un principio no tenía previsto ser ganadero y, de hecho, es graduado superior en Animación de Actividades Físicas y Deportivas. Pero al acabar ni siquiera intentó buscar trabajo relacionado con sus estudios: «No me llamaba mucho». Tampoco en principio le llamaba la granja porque veía a su padre «muy sacrificado», pero luego se animó. «Al estar los dos podíamos hacer turnos y es más llevadero».

En su granja, de unas 130 vacas, trabajan los dos más un empleado y son agricultores además de ganaderos por lo que las jornadas de trabajo reconoce que a veces parece que no tienen fin. Se levanta cada día a las cinco y media de la mañana y está en la granja de las vacas hasta las diez, aproximadamente. Después de desayunar, en esta época le espera la agricultura y tras comer y de «media hora de siesta», vuelta a las vacas y así hasta aproximadamente las nueve y media de la noche cada jornada. Ahora no tienen robots de ordeño aunque en la familia se plantean la inversión al estar ya Alejandro en la granja. Y esto, a pesar de que el precio de la leche ha vuelto a bajar (la cobran a 449 euros/tonelada). «Ahora han sido otros 3 céntimos el litro de bajada -dice Alejandro- y es ridículo que nos la paguen a 40 céntimos cuando luego se vende a un euro o más. Si bajara todo, se entiende que también baje la leche pero el gasóil sube, pienso, forraje... Y si nos suben todo, pues no es rentable».

Alejandro reconoce que cuando habla con sus amigos intenta explicarles que ellos tienen que vender al precio que les dicen, que no tienen otro remedio. «Si a un albañil le suben el precio del cemento, él sube el precio, pero nosotros tenemos que vender a lo que nos digan».

Dos años en la granja le han servido para darse cuenta de que, pese a todo, es donde quiere estar, y también que ha elegido un trabajo «problemático». Y explica Alejandro que justo los días que necesita acabar pronto, es cuando surgen problemas y que en una granja hay que saber «casi de todo». Lo mismo atender a una vaca en el parto, que arreglar una avería. Lo que más le cuesta es la falta de experiencia. «Mi padre ve una vaca y sabe que tiene fiebre o nota enseguida si cojea o le pasa algo. Saber esas cosas veo que es lo más complicado».

Cree que el paso que dio mereció la pena pero también advierte de que el sector puede desaparecer en años por la edad de los ganaderos y la falta de relevo en otras granjas. «Como esto no cambie, nadie va a invertir en este negocio», advierte Alejandro, y se refiere a la rentabilidad pero también a los trámites de creación, por ejemplo, de una cooperativa, o a las dificultades que encuentran ahora hasta para que te recojan un animal muerto. «Tardan en venir. Se nos murió una, la dimos de baja y pasó más de una semana hasta que vino a llevársela el camión», denuncia. «Hay papeleo que ni entendemos y que hasta es difícil para los que nos los llevan, que son los que saben», dice. Está contento porque alguien les compra ahora los terneros, que hubo un momento en el que no era fácil vender los de raza frisona. Pese a todo, sueña con poder seguir con la granja muchos años. Eso sí, con tecnología.

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