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A Julio Martín se le ve detrás de su tropa de moruchas, como si fuera el pastor detrás de las ovejas. Y así entró en la feria agropecuaria una vez que descargó a las vacas del camión y sin importarle que los pasillos fueran estrechos y los animales pudieran estar en ese momento nerviosos por el viaje y él, sin mucha escapatoria. Luego todos los días de feria entró en los corrales del ganado y se vio cómo las moruchas, y también su toro, el imponente Rebollo, se acercaban para comer los tacos de su mano.
Cuando empezó como ganadero, su sueño era tener vacas moruchas, pero no pudo. Así que se incorporó con 57 vacas cruzadas y un toro limusín. Luego, en 2015, consiguió sus primeras 6 moruchas, que le vendió su hermano, y año tras año ha ido incorporando hasta llegar a las 40. A pesar, cuenta, del problema de comercialización, «con diferencia en céntimos el kilo de canal entre un animal cruzado a un morucho». Aún así, su sueño es llegar a tener una ganadería con al menos el 50% de vacas de raza morucha. Y para conseguirlo, sabe que tiene que ser ganado «manejable» porque su explotación, en Valsalabroso, está formada de parcelas pequeñas, con varias arrendadas, y es él quien cambia el ganado de unas a otras. «La tengo porque es la raza más rentable en Salamanca: es la que mejor cría, no falla en los partos...».
Y, a partir de ahí, se puso a trabajar en una selección de ganado dócil «muy noble y muy manso. Los animales salen de la explotación comiendo tacos de la mano», advierte. Y su principal secreto, es «acariciarlas». Luego tiene otros, como darles los tacos a pie, sin máquina, «porque con la máquina no conocen al ganadero y así saben que les doy de comer yo. Las voy invitando a que coman de la mano y me siguen», explica, y cuenta también que los 3 animales que quiere quitar porque no son así, lo que hacen es quedarse a más distancia, a 3 ó 4 metros. Julio entra con la cayada colgada en el brazo y si tiene que poner orden, la levanta. «El ganado lo hace siempre el dueño y lo que no hay que hacer nunca es maltratar al animal, hay que acariciarlo», explica.Ycuenta que cuando llega el saneamiento y los animales están en la manga, él lo que no hace es hablar porque no quiere que relacionen su voz con el dolor del pinchazo. Y lo que no hace es herrar al ganado. «Mis vacas no están herradas y ni me lo he planteado porque no quiero que sufran», explica.
Defiende que las vacas cuando les da de comer «no tienen razón para arrancarse». Estira la mano con el taco, vienen a olerlo «y una vez que coge el taco, lo coge siempre». Ha conseguido que vacas que no eran dóciles, lo sean. «Es paciencia», explica.
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