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En un momento en el que ganadero que se jubila suele vender el rebaño, pero al matadero, el caso de Ángel Pablo Calles y de Elena Arnés, sorprende. Ambos tenían sus trabajos, él como herrero y ella de auxiliar en ayuda a domicilio, y un día vieron la oportunidad de comprar una explotación ganadera en Guadramiro y no se lo pensaron. Empezaron con 47 ovejas y ahora ya tienen 330, todas de raza churra, y también alrededor de 70 vacas, pero ahí Elena lleva peor la cuenta porque su pasión son las ovejas. Será porque su familia es de ganaderos, como la de Ángel. Porque su padre tiene ovejas, aunque castellana. O porque, y quizás sea lo que más pesa, porque su abuelo era Avelino, el pastor comunal de Majuges y le transmitió a ella el gusto por la ganadería y por las ovejas, en concreto. Su abuelo recogía las ovejas de los pueblos de alrededor, «de donde le llamaran», y se iba al campo con los rebaños durante todo el día para que comieran. «A lo mejor se juntaba con 800 o 900», explica Elena. Cuenta que lo difícil debía ser a la hora de separarlas y devolver por la noche cada una a su lugar: «La ventaja -explica- es que a las ovejas cuando las traes de otro sitio, les cuesta unirse». Su abuelo fue de los que más la animó a ser ganadera.
«A la gente no le suelen gustar las ovejas pero a mí sí porque las manejas sola. Lo malo es que si se escapa una, van todas», cuenta riéndose. Ellos las tienen en semiextensivo, con los lechazos en las naves con pienso y forraje, y el resto, en el campo, de parcela en parcela. Tienen ovejas churras porque así eran las primeras que compraron, aunque ellos ya se metieron en la asociación de esta raza y fueron adquiriendo otras inscritas en el libro.
A Ángel le gusta más ocuparse del vacuno, y a Elena, de las ovejas. Sabe que dan más trabajo, pero está encantada. Tampoco se plantea cambiar de raza y apostar, como su padre, por las castellanas, por ejemplo. «Las ovejas churras a lo mejor son más delicadas pero de carácter, como las demás», dice en relación a la fama de cabezonas. «Son animales muy listos y luego depende mucho de cómo las trates». De lo que no quiere ni hablar es de la posibilidad de ordeñarlas. «Eso es muy esclavo, hay que ordeñar siempre a la misma hora y no tienes otra vida», dice. De la churra tiene mucha fama el lechazo y esa es la apuesta de estos jóvenes ganaderos de Guadramiro.
A pesar de que ellos dieron el paso, no ven fácil que otros se animen. Primero, porque ven que es un momento en el que los jóvenes se apartan de la ganadería. Después, por la necesidad de tener ahorros para entrar, «porque nosotros todo lo tenemos arrendado». Y luego, por las complicaciones de papeleo. Ahora, además, por la amenaza del lobo, que ya ha matado en la zona. Ellos tienen mastines, pero reconocen que tienen miedo. «Ahora con el calor las ovejas sólo comen de noche y si hay que encerrarlas...» Además, Elena mantiene que los perros son necesarios por esta amenaza «pero son un peligro, una preocupación».
Cuando empezaron fue bueno para comprar, pero duro para vender, porque por los lechazo les pagaban en 2022 entre 25 y 30 euros. «Decíamos, ¿pero esto qué es? Si esto se lo come en pienso la oveja...» Aún así, no se plantearon dejarlo. Ahora venden por la Lonja de Segovia y a cada lechazo le sacan «102 ó 103 euros». «Ahora tampoco hay lechazos», dicen, ni problema para venderlos. «Lo que hemos escuchado este año es, ¿no tenéis más?», dicen. Aún así, sobre si podrían vivir sólo de las ovejas, dudan al tener que pagar las rentas.
La explotación de Elena y Ángel es una de las siete de raza churra que hay en Salamanca. Que crezca en un futuro, dependerá de su hijo, de si sigue con la vocación ganadera de padres, abuelos y bisabuelos... o no. Elena cruza los dedos.
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