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Talavante aprovechó la tormenta que cayó sobre Morante en el primero para desorejar al segundo tras una obra compuesta y sin llegar a abrir la caja de los truenos. Cincuenta minutos después sufrió la resaca de una obra maestra del genio de La Puebla que puso la plaza del revés como no se vió en la Feria. La tarde fue una montaña rusa de sensaciones. De la bronca monumental que atormentó pero no inmutó al cigarrero, a una explosión de bajos decibelios con Talavante, antes del suceso estremecedor del caballo de picar. Al abandonar el ruedo se botó, descabalgó a José Manuel Quinta y emprendió una huida atormentada que le llevó a estrellarse de manera brutal contra las tablas del tendido 3. Quedó casi sepultado allí entre el amasijo de astillas, empotrado entre las tablas, la barrera y el callejón. El público no daba crédito. El impacto sobrecogió el alma. No pasó nada en ese tercer capítulo, y seguían las subidas y bajadas de una tarde de extremos. De nuevo las iras en el cuarto cuando Morante trataba de justificar al palco que Fundador tenía un defecto en la vista que se demostró luego en el desolladero. Volvió a corrales y salió un sobrero imponente, cuajado, voluminoso y con una brava nobleza que permitió una obra genial de Morante, por distinta, sorprendente, improvisada, mágica, original, recurrente... Así conquistó para los restos una plaza que ya era suya y que por fin saboreó a hombros en la primera puerta grande en su cuarto de siglo de alternativa. Es la gran debilidad de esta plaza. Se hacía raro verlo ayer sin un Galache de por medio. Apareció con los cuvillos con los que se recluyen sus compañeros en la cima y con ellos cuajó otra obra sublime. Se estiró a la verónica y ganó pasos a los medios. Con gracia galleó por aladas chicuelinas. Y dejó un recorte soberbio, flexionando la pierna de salida y enroscándose al toro en la cintura. Un detalle de autoridad. Al salir del encuentro del caballo, tiró lineas rectas a la verónica aliviando las embestidas por alto en el enésimo detalle de una tauromaquia riquísima con reminiscencias pretéritas. Ese mismo viaje al pasado lo trajo el sabor añejo de un inicio con ayudados por alto rodilla en tierra, erguido después tiró por el mismo palo y lanzó por lo alto una faena que resultó de ahí en adelante riquísima. La primera tanda con la derecha fue excelsa. Siguió por el mismo camino y cuando cogió la muleta con la zurda se metió en profundidades llevando larga la embestida de un toro que tuvo un fondo de bravura inmenso dentro de una nobleza contenida. Un desarme, dio paso a la improvisación de robarle el engaño que atrapó con las mismas pezuñas el toro y Morante se la arrebató hasta con torería. La faena había arrancado pegado a tablas del 6, se había ido después hasta el 5 pero el toro nunca embistió allí igual de bien a como lo hizo cuando se lo llevó al refugio del burladero del 8. El misterio de la bravura. Y ahí surgió una nueva genialidad en la que tocaba la embestida por el derecho y casi de inmediato le sacaba la muleta por la espalda con un gracioso vuelo del engaño por la espalda que encendió los ánimos. La plaza era un clamor. Y luego llegó el detalle y el momento más caro de la tarde y puede que de la Feria. Morante se perfiló en la suerte natural cerca de la cara, la plaza estaba muda, los segundos pasaban con la densidad de las horas, el torero miraba el hoyo de las agujas, con el cuerpo totalmente entregado y la verdad absoluta que denotaba que se iba a producir la estocada del ciclo. Y así fue, porque además hizo la suerte con una lentitud suprema, porque se tiró con una rectitud asombrosa, sin volver la cara enterró la tizona en todo lo alto. Soberbia. La plaza se puso en pie. Las dos orejas eran incuestionables. El triunfo legítimo. Conquistaba una plaza a la que había encandilado más de una vez, a la que había cortejado no pocas, con la que vive un idilio maravilloso y en la que ha llegado a convertirse en su gran debilidad. Salamanca es suya y Morante es ya más que nunca de Salamanca.
Aquella bronca al cigarrero ya estaba en las antípodas. Manzanilla salió a apagar el fuego en el segundo, de un primero que se había agarrado al suelo para no caminar jamás y para derrotar siempre. Talavante lo saboreó con delicadeza. Asentado, firme y seguro pero sin llegar a romperse. El cambiado por la espalda en medio de los estatuarios iniciales se celebró con un júbilo desatado. Le faltó compromiso al extremeño en el cite inicial de las series que siempre esperó al hilo del pitón. Luego tuvieron empaque los naturales con buen trazo. Por la zurda basó la mayor parte de una obra que cerró por bernadinas. Todo estuvo en su medida. Brotó todo con intermitencia. Viajó certera la espada y con el triunfo —como toda la tarde— surgieron desde el tendido las voces dirigidas a Morante. No sabía aún lo que iba a llegar después... Y cuando llegó revolucionó más a Roca que, a esas alturas, era un león enjaulado. Y todo porque el triunfo de Talavante le había encendido ya de primeras, pero la explosión morantista le puso en una ebullición incontrolable. Y eso que había cortado una oreja ya a su primero que, tras el suceso del caballo de picar, y con tanto tiempo muerto para arreglar el desaguisado, perdió gran parte de la intensidad que apuntaba. Se afligió, se acabó pronto y más aún sufriendo la autoridad de Roca que acabó metido entre pitones con una suficiencia y un valor insultante. Saltaban chispas al rozar los pitones el bordado de la taleguilla. En el sexto fue una declaración de quien se sabe en el trono del toreo y no se queda atrás jamás. Por eso administró con precisión milimétrica el escaso fondo del sexto en una obra casi caligráfica de metraje, de alturas, de trazo... de todo; porque todo estaba en su sitio, porque todo llegaba en su momento y en su medida; para ir ganándole un centímetro en cada segundo y para imponerse con una dominio bárbaro. Casi sobrenatural, casi inhumano. La manera en la que se tiró a matar a los dos toros, en corto y por derecho, fue contundente. A los tres se los llevaron a hombros por la puerta grande. Una legión de jóvenes aficionados se tiraron al ruedo con la pancarta de Juventud Taurina. Que no fue otra cosa sino la demostración de que el toreo está vivo. Y tiene futuro. El llenazo en La Glorieta, once años después, no dejó indiferente a nadie. Hubo para todos los gustos, aunque fuera Morante quien acaparó casi todos, la mayoría al robarle el corazón a una plaza que ha hecho suya. Entre otras cosas por torear con el alma, que es como torean los elegidos. Y así brotan las delicias... las delicias de Morante.
FICHA DEL FESTEJO
“No hay billetes”, tarde soleada y de buena temperatura. 26º al inicio y 21º al final.
6 TOROS DE NUÑEZ DEL CUVILLO, deslucido, topón, frenada y sin entrega el 1º; noble y con calidad el boyante 2º; nobles pero apagados y venido a menos el 3 y el 5º; devuelto por defectos en la vista el 4º; y sale un sobrero de la misma ganadería, que es bravo, poderoso y con un excelente fondo de calidad intensa; y noble y apagado el 6º.
MORANTE (tabaco e hilo blanco)
Pinchazo hondo —bronca—; y soberbia estocada —dos orejas—.
ALEJANDRO TALAVANTE (marfil y oro)
Trasera y atravesada —dos orejas—; y dos pinchazos y descabello —ovación—.
ROCA REY (rosa y oro)
Gran estocada —oreja—; y gran estocada —dos orejas—.
Cuadrillas: Saludaron Miguelín Murillo y Manuel Izquierdo tras banderillear al 5º. Y Viruta y Paquito Algaba en el 6º, donde lidió de manera soberbia Antonio Chacón.
Duración: 2 horas y 45 minutos de festejo.
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