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Morante de la Puebla, rodeado de todos los toreros en Las Ventas. Plaza 1

El toreo ya llora a Morante

Firma una prodigiosa faena, tras una estremecedora voltereta, premiada con las dos orejas de un toro salmantino de Garcigrande llamado Tripulante y se corta la coleta de manera inesperada ante la conmoción del mundo entero, en una tarde histórica en la que al anunciado adiós de Robleño lo precedió otra faena memorable

Domingo, 12 de octubre 2025, 23:15

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LA FICHA

  • Madrid, Las Ventas Corrida de la Hispanidad, último festejo de la feria de Otoño, con cartel de «no hay billetes»(unos 23.000 espectadores) en tarde agradable y con algunas rachas de viento.

  • Ganadería 6 toros de Garcigrande, muy bien presentados, con seriedad y finas hechuras, además de bien armados, que ofrecieron un juego dispar: por su calidad y hondura en la muleta destacaron el primero y especialmente el quinto.

  • Toreros

  • MORANTE DE LA PUEBLA (MALVA Y ORO) Silencio y dos orejas.

  • FERNANDO ROBLEÑO (GRANA Y ORO) Silencio y oreja

  • SERGIO RODRÍGUEZ (BLANCO Y ORO) Confirmación de alternativa. Ovación tras aviso y silencio.

  • Cuadrillas Destacó Iván García con capote y banderillas, yEl Legionario picando al tercero.

Morante de la Puebla resucitó como el torero inmortal que es de una espeluznante voltereta cuando despreció su cuerpo, lo abandonó al albur de un nuevo milagro y Tripulante lo mandó al infinito en un brutal pasaje en el que cayó con el cuello a plomo dejando su cuerpo inerte bajo la conmoción… Y recobró la vida para, apenas quince minutos después, dejar huérfano el toreo. En el primer toro había firmado un arrebatado y poderoso saludo a la verónica y por el mismo palo un quite prodigioso. Pero aquel Postinero no quiso guerras, se afligió pronto y tal vez se deshizo de pena sin saber que iba a ser el penúltimo toro de la vida de un genio. Que seguramente tampoco lo supiera entonces. Lo que pasa que lo del cuarto, Tripulante, fue un torrente de emociones. Y de sentimientos también.

Aquella dramática voltereta llegó después del desatado saludo en el que echó las dos rodillas en tierra para enroscarse el capote en ese embroque milagroso. Luego otra vez la pasión de esas verónicas de capa suelta y larga que envuelven, dominan y sedan; con dos medias de categoría. Y las chicuelinas y luego… y luego no se sabe qué en plena efervescencia en ese quite que pudo acabar en tragedia y no fue más que el pasaporte con el que entró en el reino de los inmortales. De la voltereta resucitó más Dios si cabe mientras la plaza se deshacía en cada paso. La faena de muleta fue todo y nada. Fue foto porque lo llenó con ese aura de misterio que desprende cuando ralentiza los muletazos y torea más despacio, comprometido, ceñido y puro que ninguno; y fue nada porque apenas duró. O si duró no supo porque todos queríamos más; y tanta grandeza parecía poco. Por el pitón izquierdo el toro no quiso, parecía deshacerse, no se entregaba como por el otro por donde lo hacía como la seda, aunque no era fácil templar y mimar esa embestida al ralentí, que gozaba en su salida hacia las tablas y costaba alargarla cuando iba hacia los medios. Esa incertidumbre hacía más glorioso cada uno de los pasajes. La faena que fue breve resultó una delicia. Los muletazos se intuían y casi se saboreaban antes de darlos…

Morante los prolongaba hasta el infinito mientras el toro caminaba al paso y el torero hundía los talones en el suelo y la barbilla en el pecho sintiendo lo que iba camino del adiós. A ese toro Morante lo mató como si fuera el último de su vida porque seguramente entonces él ya si lo sabía. Se perfiló en corto, le echó la muleta a las pezuñas con una suavidad maravillosa y con la misma cualidad viajó con una rectitud de las que asustan camino del hoyo de las agujas para firmar la estocada de su vida, de la que el toro cayó rodado nada salir del embroque mismo. Una estocada digna de los mejores tratados de la tauromaquia, de escuela. De una belleza insuperable y una verdad suprema. La rotundida fue mayúscula y a la vez estuvo envuelta en la seda de la grandeza que la hacen única los dioses del toreo.

Morante ya hace tiempo que entró en ese Olimpo. Agarró las dos orejas y enfiló una vuelta al ruedo clamorosa. Parsimoniosa, con la noche ya acostada sobre el cielo de Las Ventas. Y cuando acabó, se fue a los medios despojado de todo, con las manos vacías y el paso firme. Y en la boca de riego juntó los pies, levantó los brazos y con las dos manos se tocó la nuca para deshacerse del añadido, ante la incredulidad de la gente. Morante se estaba cortaba la coleta sin previo aviso. Escribía la última pagina de su gloriosa tauromaquia y dejando huérfano al toreo de su mejor y más puro intérprete. El acontecimiento se vivió como tal, lo que nadie sabía entonces era el desierto que ahora se abre en la Fiesta… Robleño después firmó una portentosa faena a un Tropical de supremo con el que cerró una brillante hoja de servicios la tarde de su adiós anunciado, pero un pinchazo le cerró al puerta grande que hubiera disfrutado con quien ya es una leyenda viva y eterna del toreo.

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