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El triunfo no fue lo más importante, el verdadero valor fue como llegó a conseguirlo Daniel Luque. Con Declamador, el primero, hubiera triunfado más de uno, con el segundo lo hubieran hecho muy pocos. Y si acaso alguno con esa autoridad con la que lo hizo. Toda la bondad que derrochó el primero, lo tuvo de arduo, de áspero, de incómodo e incluso de indómito el segundo, que parecía topar más que embestir en los compases iniciales de la lidia y al que se impuso con autoridad Luque nada más abrirse de muleta. El poder de los muletazos por abajo con la pierna flexionada del prólogo bajaron los humos del pupilo de García Jiménez. Hizo un amago de levantar la bandera blanca de la rendición pero no llegó a hacerlo. Se vendió caro. Y Luque le plantó batalla con aplomo, seguridad, suavidad, dulzura siempre en la forma de manejar y pulsar las embestidas con un engaño que fue seda para imponerse a la violencia. Toda la aspereza que tuvo el toro no la pareció en el dulce trató que le administró Luque con la izquierda que en las cuatro primeras tandas, por ahí, se hizo con el dominio de la situación. Tanto que le sirvió para meterse en los terrenos del toro en un arrimón sin cuentos. Y ahí llegó un volteretón tremendo en el que Caralimpia sacó su carácter. De un pitonazo tiró al torero al suelo y ahí, a merced, volvió a hacer por él para con otro derrote lanzarlo de nuevo por los aires con otro feo pitonazo en las costillas. Se levantó sin mirarse el torero, que volvió al mismo sitio donde había sido presa. Sin que se le agitara el pulso, como si no hubiese pasado nada.
La rectitud y decisión con la que se fue detrás de la espada no tenía más opción que certificar un triunfo de gran autoridad. Lo había amarrado igual con el primero, al que recetó otra contundante estocada. Antes lo había toreado con el mismo pulso, no para poder e imponerse sino para disfrutar y paladear las embestidas de un toro con mayor son. Lo asentó y sujetó con la mano izquierda en las cuatro primeras series y lo toreó a placer en cuanto se descuidó para cuajarlo de manera formidable en una tanda con la derecha. Ahí brotó el fondo de bravura del animal, que desplegó de manera excelsa un cúmulo de virtudes. Se desató la faena lo grande. Las buenas tandas las remató con arrebato en trincheras ligadas a los de pecho y se hizo el dueño de la situación metiéndose al público en el bolsillo. Esto y todo aquello fue un precioso y maravilloso despliegue de autoridad y capacidad.
2 toros de Olga Jiménez Fernández y Hermanos García Jiménez, de desigual presencia; bajo, armónico y reunido el 1º que desarrolló un excelente juego y fue premiado con la vuelta al ruedo (Declamador, negro salpicado, bragado, corrido y axiblanco, número 17 y nacido en noviembre de 2018); y arisco y áspero el 2º, que tuvo más cuajo, alzada y volúmen, y desarrolló juego más duro.
Daniel Luque. Estocada —dos orejas—; y gran estocada —dos orejas con petición de rabo—.
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