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Natural de Perera a Derribado, el toro de García Jiménez, en Valero. ALMEIDA
Perera, implacable en el estreno de Valero

Perera, implacable en el estreno de Valero

El diestro extremeño cuaja una tarde contundente en la inauguración de la temporada en Castilla y León. Con autoridad y una técnica exquisita se impuso a un lote de García Jiménez que no le regaló nada. El segundo astado le propinó una soberbia paliza. Saboreó un botín de tres orejas

Lunes, 29 de enero 2024

La Ficha

  • VALERO Tarde de espléndida temperatura.

  • GANADERÍA 2 toros de Hnos. García Jiménez, noble pero con un molesto derrote en cada embestida el 1º; con calidad el 2º, cinqueño, al que hubo que limarle las asperezas para encontarle el buen fondo, terminó agotado.

  • Miguel Ángel Perera. Estocada trasera (dos orejas);y pinchazo y media estocada en la yema con cuatro descabellos (oreja).

Sin que apenas nadie se diera cuenta, y sin darse importancia él, le aguantó Perera a Derribado media docena de miradas de escalofrío. Era un cinqueño de armónicas, muy bajas y apretadas hechuras. Con un valor tremendo, un dominio absoluto, una técnica prodigiosa y confiando plenamente en su poderío le plantó cara Perera al segundo todo del año que quiso imponer su carácter, su fuerza bruta y la violencia bárbara. La soltó en un gañafón envuelto en una saña tremenda.

Lo intentaba Perera con la mano izquierda y, por ese pitón, se le fue al cuerpo sin contemplaciones. Lo empitonó por la pierna y el astillado pitón recorrió todo el muslo izquierdo del torero, lanzándolo por los aires de manera violenta; le soltó otro derrote sin haber caído al suelo, para ahí hacer presa con una saña tremenda. La paliza resultó bárbara. No había manera de quitarlo de allí, mientras la patas del toro parecían un remolino entre el cuerpo del torero, al que nadie rescataba pese al revuelo de capotes. La cabeza del diestro a merced de las pezuñas del animal. Salió de allí maltrecho en un pasaje interminable. La taleguilla hecha trizas, trataron de recomponerla con el milagroso esparadrapo que no hizo efectos; y se tuvo que tirar de un pantalón vaquero de urgencia para amparar y tapar las vergüenzas al aire. Se recompuso como pudo y volvió a la cara de su oponente con la misma autoridad para terminar imponiéndose al pupilo de Matilla y salir vencedor de la batalla. A puro huevo. El toque fuerte, la mano baja para bajarle los humos al contrincante, la muleta más poderosa que nunca, muy tapada siempre la embestida, sin dejarle otra opción al toro que seguirla hasta donde le mandaba. Lo exprimió y lo puso en su sitio.

Acabó entre pitones de nuevo de manera implacable. El toro terminó exhausto, el torero como si nada. Libró una batalla en la que midió la capacidad y el trabajo bien ganado del invierno. El resultado fue positivo. Antes, Perera había demostrado en el primero que vuelve —en la temporada de los fastos de sus veinte años de alternativa— con la misma autoridad con la que terminó la pasada. Aparejador se llamó el primer toro de la campaña, al que recogió a pies juntos y muy rápido le tomó el pulso y el temple, la distancia y, sobre todo, la media altura. No le regaló nada y le entregó todo rendido a su mando. Las banderas iniciales trataron de desengañarlo y no le quedó más remedio que rendirse cuando el poder de su muleta se impuso sin remilgos ni contemplaciones. La mitad de la embestida la tomaba con franqueza; a mitad de viaje aparecía siempre un molesto derrote, que el torero tuvo que limar con pericia. Lo cuajó a placer desde el inicio. Fue clave imponerse, engancharlo adelante, embeberle con la muleta y someterle con pulso. La fórmula la puso en práctica Perera, claro de mente y poderoso en la interpretación. Lo exprimió entre pitones antes de acabar por manoletinas. La rectitud con la que se tiró a matar fue contundente. Como su actuación entera. Con un par.

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