Marco Pérez, en 60 kilómetros, antes y después de Olivenza
LA GACETA vivió con el joven torero las horas previas a su triunfal actuación en la localidad pacense desde que empezó a vestirse de luces y durante el trayecto en furgoneta a la plaza para hacer el paseíllo en su primera gran feria
Mantiene las costumbres de aquella mañana histórica en Madrid en la que vivimos con Marco Pérez las horas previas a su histórica presentación en Las Ventas, ahora, en su primera feria de relevancia, ya como novillero con picadores y vestido de luces. La habitación está más vacía. Faltan cinco minutos para las diez de la mañana. Marco acaba de entrar a la ducha. Joselito, su mozo de espadas, es la única persona que le acompaña en la habitación cuando llegamos junto a Vicente, el padre del torero. Ya está lista la silla con el precioso terno celeste y oro, el mismo con el que debutó con picadores en Istres. Lleva tres puestas, aquella, Juriquilla (México) y Mérida (Venezuela).
Lourdes, su madre, se unirá unos minutos después. El más tranquilo en Marco. Es quien hace las bromas, quien ríe, quien habla, mientras que a los cuatro restantes nos cuesta romper un silencio que no existe. Por los pasillos del hotel, se escucha el reguetón a todo tren que indica cuál es la de Marco. La ha encendido para iniciar el ritual de vestirse de torero. «Ahora qué» de Quevedo, Fardos de JC Reyes y De la Guetto... ha añadido nuevos registros a su playlist. Solo interrumpe una canción de la Niña Pastori que parece no activarle. Demasiada calma. Se enciende con La Inspiración de Nolasco. Entra en acción con 'Morena de mi corazón' de Roberto Aguilar y Teresa Oliva, cuando a medio vestir, solo con la taleguilla, se pone frente al espejo y suelta puños como si estuviera ante el mismísimo Topuria. Marco Pérez, a full. Tararea las canciones, las baila, las siente, hace muecas, suelta los nervios que no se atreven a invadirle. Se siente dueño de la situación y dice sentirse «cargado de valor». Los pantis, las medias, la taleguilla, las zapatillas, fajín, camisa, corbatín, chaleco y chaquetilla. Todo ese proceso le lleva como unos treinta y cinco minutos.
Antes del silencio más absoluto, un poco de perfume. Se ha quedado con un frasco de José Ramón Martín, una de las personas de su máxima confianza: «Ten cuidado que ese tiene mucho valor...», me atrevo a decirle para romper una tensión que en ningún momento ha transmitido Marco, después de que el profesor de la Escuela taurina le haya ganado una apuesta al torero. Lo que empezó como una broma hace un año terminó con José Ramón delante de un toro en una capea del último Carnaval Ciudad Rodrigo. La deuda es suculenta... «A ver si este perfume me da un poco de valor, me arrimo y se lo puedo pagar», bromea el torero al apretar el frasco de Invictus para expandir la fragancia. 10:30 horas: una fotografía para el recuerdo de los cinco frente al espejo que ha convertido en habitual cada vez que se viste de torero con los privilegiados a los que le abre la habitación. 10:34 horas: off al iPhone. Silencio total. En ese momento, Joselito ya ha tirado al suelo uno de los cojines de la cama sobre los que Marco se arrodilla ante mesita en la que ha instalado una capilla que no dejar de crecer con decenas de imágenes religiosas. Rezar unos minutos en un absoluto silencio que impacta. Da respeto hasta pulsar el botón para inmortalizar el momento. «¡Vámonos!», exclama el torero.
A la plaza. Es el primero que sale de la habitación, quien llama el ascensor. Vuelve la sonrisa a la boca. Está feliz y esa felicidad la transmite. Nada más salir a la calle la frase revela su actitud tras recibir una bofetada de aire, que es el peor enemigo para los toreros. «¡Qué aire más rico!», bromea. Son las 10:38 de la mañana. La furgoneta está a la misma puerta del hotel. Empieza el camino a Olivenza: 30 kilómetros por delante. El único hotel que hay en la localidad pacense lo tienen ocupado Morante, Ortega y Roca Rey que torean por la tarde. Los novilleros han tenido que vestirse de luces en Badajoz.
La única vez que torció el gesto Marco hasta el momento esa mañana fue cuando su mozo de espadas le ajustó el añadido del pelo. Marco aún se está acostumbrando, apenas lo llevó media docena de veces y es lo que peor lleva. Le dio el viaje. Le apretaba tanto que decía haberle puesto un dolor de cabeza que le estaba mareando. «No pares, tira», decía el torero. No quería que se le aflojaran ni quitaran por miedo a sufrir una nueva puesta. Solo una llamada al teléfono móvil de su madre le hizo olvidar aquel martirio. Era Andrea, su hermana. Con un «Te quiero mucho, luego nos vemos», terminó Marco la conversación. «Nos hace falta un disco de reguetón en la furgoneta», dijo Elías Martín, después de que Joselito, al volante; y Sergio, el ayuda del mozo de espadas, no terminaran de encontrar la música en el dial de la radio. Suena Friends de Marshmello y Anne-Marie... «¡Deja esa!», espeta Marco. En el trayecto se palpa la tensión de la cuadrilla, nadie sabe cómo consolar a Marco con la dichosa castañeta. A la llegada a Olivenza, una parada. Se suben a la furgoneta el apoderado del torero, Juan Bautista, junto a Daniel Luque, el banderillero Rafael González e Hipólito, hombre de campo de Luque. Y es el propio Daniel quien se interesa por un invento que ha creado no se quien para sujetar el añadido: «A mí me ha salido un callo en el cogote...». Marco tendrá que acostumbrarse. Luque es además quien pone en órbita al torero: «Sin contemplaciones Marco, desde el primero, ¡leña!». Son las 11:08 horas. Marco Pérez llega a la plaza.
La novillada empieza en 22 minutos. Con la forma de apretar la mano a sus compañeros en el patio de cuadrillas marcó sus intenciones. Saludos, fotos, entrevistas en la antesala. Luego en sus dos novillos, a porta gayola. Una demostración aplastante de autoridad para imponerse a dos toros con una ardua ecuación. Nota alta. Autoridad de figura. Una oreja en cada uno y otra puerta grande. Cientos de personas se agolpan en los aledaños de la puerta grande para ver la salida a hombros. Marco sale como flotando sobre un mar de cabezas alrededor de su furgoneta. De nuevo todos para adentro para deshacer el camino. Luque, al que Marco brindó su primer novillo, al mando. La masterclass que le imparte al joven valor es apabullante: «Lo que me tienes que explicar tú a mí es como haces eso de irte a porta gayola, todos digo que lo hago pero luego no encuentro el momento», bromea el de Gerena. Una bolsa gigante de nubes dulces le iluminan la cara a Marco Pérez, que la abre y reparte. Sus rivales, sus impresiones de la novillada, los próximos carteles, las tardes clave, su felicidad... dan el argumento al viaje de vuelta al hotel. Ahí ya no había silencios. La satisfacción del triunfo lo inundaba todo. La castañeta de Marco seguía en su sitio. Ni se acordaba del dolor. Con esa actitud, ese arrojo, ese valor y esa capacidad le acabará saliendo el callo que tienen todas las figuras.