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A las siete y media de la tarde Morante de la Puebla dio carpetazo a la función. No había nada más que hablar, nada más que ver, que decir ni que torear. No había más que soñar tampoco. En esos últimos veinte minutos no solo había desplegado su mejor toreo sino que había hecho un compendio de la más amplia tauromaquia en una obra prodigiosa. Genial fue el saludo de capote en terrenos inverosímiles con embestidas imposibles, por cortas, por despaciosas, por rítmicas, por hundidas en el suelo, por encajadas, por sentidas, por eternamente bellas. Un fabuloso racimo de verónica como prólogo a lo que vendría después con la muleta, aunque antes derrochó torería en un quite a cuerpo limpio cuando su banderillero salió apurado del par de banderillas. Y Morante, sin soltar el vasito de plata del agua en sus manos se echó una carrerita de frente hasta la cara del toro para meterse en su cuello con un arte sobresaliente que dejó descolocado hasta el propio animal, vivo a su compañero y eufórico al aficionado que lo paladeó. Otra genialidad más que en él alcanzó cotas de acontecimiento.
La media docena de muletazos de apertura con la pierna flexionada fueron sobresalientemente bellos, por el poder, por la arrogancia, por la suavidad, por la torería. Seis monumentos. Y de ahí en adelante brotó un derroche de torería en cada movimiento, en todos y cada uno de los muletazos, en todos y en cada uno de los segundos. En todo. Porque Morante se abandonó más que nunca y toreó mejor, e incluso más despacio, que siempre. El arrebato de las trincherillas y de los trincherazos resultó un impacto como mejor broche a la delicadeza del toreo fundamental por ambas manos. Y después de todo ese derroche de todo, de tanto y de tan bueno, uno puede pensar para qué quiere Morante de la Puebla una foto de la puerta grande, para qué quiere Morante las dos orejas en su mano, e incluso el rabo, sí el rabo de Seminarista, ese excelso toro de Garcigrande, co-protagonista de una obra sublime, para la que hay que tener la flexibilidad y saber embestir también de forma especial (ahí que nadie se olvide tampoco de otro genio en la búsqueda de la bravura: Justo Hernández). Para qué quiere Morante mancharse las manos de sangre con esa casquería de las orejas, de los rabos después de soñar y hacer soñar el toreo. No le hace falta.
Peor lo tiene el presidente, el señor Sanjuan, que se cubrió de gloria de la manera más absurda. Mal, muy mal por ser un nefasto presidente que no sabe aplicar el reglamento, que dice que la concesión de la primera oreja no es competencia suya sino del público, pinches una o treinta y siete veces. Más si cabe cuando veintitrés mil almas en la plaza y medio mundo fuera de ella se emocionaron con una faena maravillosa y él no. Aunque peor aún que ser un mal presidente es ser un mal aficionado. Y ahí sí que no tiene perdón. Las orejas no le van a quitar la gloria a Morante, y esa absurda decisión del usía le concede a Ignacio Sanjuan el pasaporte para salir del palco y no volver: hasta que se aprenda el reglamento o hasta que sea capaz de emocionarse con una auténtica obra de arte. El reglamento está reñido con las emociones, que es de lo que se alimenta el toreo. Lógicamente después de Morante a la tarde ya no le cabía nada más. Por eso, media hora después, cuando dobló Seminarista, ya no había opción de torear más. Ni de que nadie más entrara en escena ni siquiera el presidente. Morante, el rey de los toreros.
LAS VENTAS, Madrid. Miércoles, 28 de mayo de 2025. 17ª de abono de San Isidro. Lleno de 'No hay billetes' en los tendidos. Seis toros de Garcigrande , entre los que destacó el excelso 1º, deslucidos el resto. Morante de la Puebla, ovación tras petición mayoritaria y bronca al palco y bronca; Alejandro Talavante, silencio en ambos; y Tomás Rufo , silencio y silencio.
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