Ahora que ya no está Morante...
Nadie debe olvidar que hoy disfrutamos del toreo gracias a Morante. Así como suena. Mientras las figuras se metieron en la madriguera sin querer saber ... nada en plena pandemia, porque los aforos limitados de las plazas no daban de sí para pagar los cachés de los toreros, el cigarrero fue el primero que dijo Aquí estoy yo, sin importarle nada más que la tauromaquia y su futuro. Aquel momento fue uno de los más críticos de la Fiesta, por los efectos del coronavirus, por los ataques más feroces que jamás tuvo; y por el Gobierno antitaurino que vio más cerca que nunca salirse con la suya. Morante fue quien apareció, se prodigó en las plazas y reactivó la tauromaquia cuando más lo necesitaba. Igual que Ponce, a quien sería injusto olvidar. Morante no se quedó ahí y en ese momento brotó su mejor versión, la más valiente, pura, comprometida, la más sincera y también la más artista que, aunque siempre lo fue, no estuvo aderezada por tantas otras virtudes.
Morante emuló a su admirado Joselito 'El Gallo' con la campaña de los 100 paseíllos para asentar la reactivación. Y repescó ganaderías en el olvido, apostó por la variedad de encastes poniendo en valor la esencia más clásica del toreo. Ahí también se encontró con el reproche de las figuras y lo dejaron solo con sus cosas y su locura... Locos ellos habría que decir, y egoístas. Lo que nunca fue Morante con el toreo.
Un genio como Morante se convirtió también en el más taquillero. Se puso a la altura de Roca Rey, que tenía esa vitola hasta el momento. Y al que desquició hasta límites insospechados. Las oleadas de jóvenes que desembarcaron en el toreo al reclamo del peruano, encontraron el nuevo referente en cuanto pisaron las plazas. Y se cambiaron de bando; porque les cautivó más la pureza que el artificio. Y Morante además, el más exquisito y el toreo más excelso, se convirtió en el ídolo del pueblo, logrando sacar al toreo de su burbuja para volver a formar parte de la sociedad. En la calle, en los corrillos, en el bar... habla de toros otra vez.
En otra de sus genialidades no solo se sacó de la manga un merecido homenaje a Antoñete. Es gorda que haya tenido que llegar un sevillano a Madrid para poner las cosas en su sitio. Y Morante, que es torero de Madrid, por encima de todo, convenció a los viejos toreros en el retiro para volver a hacer el paseíllo en Las Ventas. Antes, se hizo cargo de todo y de su bolsillo desembolsó todas las costas posibles para que, el día antes del festival, Chenel ya luciera en la explanada venteña. Donde al día siguiente Morante reunió a 46.000 almas que en la doble sesión abarrotaron la plaza más grande del país, dejando en evidencia la decena de antis que vociferaban a la puerta del templo ante la educación, el respeto (y la paciencia) de los taurinos.
Todo eso lo hizo Morante. Y mucho más, comprometido con el toreo y con el futuro de la tauromaquia. En dar guerra y agitar el cotarro en los momentos clave de la temporada. Preocupado y ocupado con la historia. En dar y darse categoría superlativa en sus detalles y vestimentas. Y también en recuperar suertes y gestos de las grandes figuras. Y como tal se despidió. En la cúspide. Tras una tarde memorable en Madrid y en pleno clamor popular. Cuando podía ganar más que nadie, cuando nadie podía con él, este año en el que llegó a perderle el respeto al toro, le hizo genialidades y se lo pasó más cerca que nadie. Por eso hizo historia y por eso se adueñó de ella si nadie que se le acercara. Por eso se convirtió en el mito y por eso hoy ya es leyenda. Después de todo lo que ha dado sería injusto pedirle más. Incluso pedirle que volviera. E injusto sería no darle las gracias por tanto. Y ahora si quiere volver que vuelva...
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